29/12/2025
11:46 PM

Dolorosa travesía

Llegar a Puerto Príncipe es una odisea...un camino con olor a muerte, con imágenes crueles, de hambre, luto, dolor y mucha desesperación, relata el enviado especial de LA PRENSA

Llegar a la capital de Haití es una odisea. Por vía aérea es casi imposible debido al caos que se adueñó del aeropuerto de la ciudad de la ciudad desde hace siete días. Por tierra es complicado, pero aún posible...un camino con olor a muerte, con imágenes desgarradoras, de hambre, luto, dolor y mucha desesperación.

Desde Santo Domingo, en República Dominicana, donde aterrizan con un poco menos de caos los aviones con ayuda y centenares de periodistas de todo el mundo, son siete horas de viaje a la devastada Puerto Príncipe.

Lo que espera a los viajeros se comienza a revelar en los puntos fronterizos, donde obligadamente se deben someter a vacunas para evitar un tétano u otro tipo de infecciones... al otro lado la muerte acecha.

Es indispensable utilizar las mascarillas y los guantes. En Haití, el movimiento de personas es permanente y desordenado, desorientado. La mayoría sigue desesperada, buscando a sus familiares desaparecidos entre los escombros o entre los muertos.

Entrando a la zona de muerte

En la frontera entre la Dominicana y Haití, contingentes de camiones cargados de alimentos hacen filas para entrar a la devastada nación. De regreso, decenas de vehículos de todo tipo entran a la comunidad de Jemaní cargados de heridos. El hospital ya colpasó, no puede con tanto sufrimiento que aparece minuto a minuto.

“Tenemos gran cantidad de personas que llegan con afecciones, son personas que sienten mucho dolor, otros están casi en el otro mundo. Han soportado la carga de haber perdido a un familiar y quizás se preparan para ser amputados”, comentó un médico del lugar.
En los pasillos del centro asistencial ya no se distingue de quién son los lamentos; hay hombres, mujeres y niños llorando de dolor. En su lengua nativa, creole, imploran ayuda, ya no pueden más. Algunos, en su delirio, dicen estar en el purgatorio, junto a cientos de almas en pena.

“Les estamos dando agua, aquí hay muchas personas colaborando y esperamos que la voluntad y solidaridad internacional siga firme, porque se requiere de mucha ayuda humanitaria”, dice Esteban Rojas, uno de los miles de voluntarios que han acudido al auxilio de esta tierra.

Los refugiados

Entrar a la capital impresiona. Son imágenes de una ciudad en guerra o aún peor... devastada por la guerra.

Aquí todo ha sido destruido por el terremoto que los sorprendió la tarde del martes 12 de enero. Cientos de personas deambulan en las calles, las más afortunadas buscan combustible en las gasolineras para salir de aquí.

Los convoyes del Ejército de Estados Unidos resguardan lo poco que quedó y su presencia evita que el caos sea peor.
Camiones y buses viajan repletos de civiles que quieren huir de aquí.

Próximo al aeropuerto se ha improvisado un campo de refugiados. Aquí hay aproximadamente 2,500 damnificados del sismo; ellos perdieron todo, sus casas, familiares, amigos y están cerca de perder las esperanzas. El lugar es insalubre, el olor a sangre se mezcla con el de un paso de aguas negras a sólo metros de aquí.

“Vous parlez espagnol”, preguntamos a un grupo. Más de uno dijo sí.

“Soy Richidmon Rosenbert, aquí hay mucha gente sin casa, hay niños y muchas mujeres mayores que no han comido lo suficiente, tenemos temor que pase algo peor a esto...Yo no perdí familiares, pero los muertos son mis hermanos espirituales”, dijo uno del grupo.

Este joven es un líder improvisado. En una de sus manos carga un megáfono con el cual hace el llamado general cuando llega una ración de alimento o de agua.

“¿Para dónde se va la ayuda?, no tenemos comida, mire tanta gente hambrienta en este lugar. ¡Dios, qué vamos a hacer!, esto es muy malo lo que nos pasó. ¿Dónde está la comida?, dicen que llega ayuda, pero aquí no”, reclamó, tras pedir un poco de dinero para su bolsa. La desesperación y el hambre no deja ver los inconvenientes que hay para la entrega de las miles de toneladas de alimento y agua que están llegando a Haití. El mundo está volcado colaborando con esta tierra caribeña; pero la logística es poca y la inseguridad y falta de liderazgo para las reparticiones no deja que damnificados como éstos obtengan un poco de la solidaridad del mundo.

Pablo Ramírez también se encuentra refugiado aquí, pues perdió su casa con el temblor. Como si aún no creyera lo que pasó relata el momento de angustia que vivieron él y su familia. “Cuando se sacudió la tierra corrimos. Yo vi cómo las casas se cayeron, tenía muchos miedo y corrí hacia la calle. Aquí nadie murió, pero una gente que vivía a la vuelta sí murió... la enterremos a la par de la casa”, recordó con la mirada perdida.