27/04/2024
09:02 PM

De los bordos, Gina Meza espera salir como doctora

San Pedro Sula, Honduras.

Tras regresar por la tarde a su casa en el bordo de la Santa Marta de San Pedro Sula, Gina Meza cuelga su uniforme blanco de estudiante de Medicina y se pone una gorra vieja y una vestimenta desteñida para ir a reciclar sacos desechados en ese mismo sector.

No ha faltado quien le pregunte con mordacidad, cómo es posible que estudie Medicina y se dedique a lavar costales sucios, como si eso fuera denigrante. Sin perder su carácter apacible, la muchacha responde que lo indigno sería que anduviera por las calles vendiendo su cuerpo para poder sostener sus estudios.

Es más, el proyecto en el que trabaja tiene una finalidad noble porque las utilidades que se obtienen sirven para dar de comer a muchos niños de esos bordos donde campea la pobreza. Ella y las otras personas que allí laboran reciben solo un salario.

Para mucha gente, este trabajo es de pepenadores. No ven su componente humanitario, pues los sacos los dona una exportadora de café para una buena causa. “De aquí comen un montón de niños, y salen provisiones para las madres solteras”, comenta Johana Sarmiento, amiga inseparable de la estudiante de cuarto año de Medicina.

Johana era compañera de Gina en la Facultad, pero ha tenido que dejar sus estudios de Medicina “por golpes de la vida”. Sin embargo, el otro año los reanuda porque desde niña se hizo el propósito de ser doctora.

“Cuando éramos niñas de bordo, en esas sillitas yo también estuve sentada recibiendo alimentos. Viendo los médicos que nos asistían, pensé que algún día ocuparía el lugar de ellos para tener también la oportunidad de ayudar a otros”, comentó Johana.

Foto: La Prensa

Aquí vive con la pareja que la ha criado como a su hija. La visitan dos pequeños vecinos del empobrecido sector.
Quiere conocer a su padre

En cambio Gina vivió su niñez en un campo bananero del ramal de La Lima, donde hizo su educación primaria. La crió su tía Ana Lizeth y el compañero de esta, Santos Flores, quien dice que envejeció en las fincas de la compañía con más sacrificios que recursos económicos.

Con ellos vive la estudiante en la casa del bordo, construida de bloques en la parte frontal y de lomos de madera en el resto de su estructura.

Como si fuera hija de su vientre, doña Ana ayuda a la muchacha en sus estudios con las ganancias de una reducida pulpería apretujada en su casa. Se hizo cargo de ella desde que vivían en el campo Mercedes porque la verdadera madre no podía cuidarla debido a su pobreza y a su trabajo en una empacadora cuando esos campos estaban en su apogeo.

Vilma Meza, su verdadera madre, recordó que tuvo a la niña en Tegucigalpa “por locuras de estudiante” al enredarse con un hombre mucho mayor que ella, quien la abandonó al verla embarazada. Él se fue para Olancho y ella tomó rumbo a la costa norte a buscar fortuna y al no encontrarla le entregó la criatura a su hermana. Ahora Gina quiere conocer a su padre, aunque la haya abandonado antes de nacer, pero lo único que sabe de él es que se llama Armando Núñez Garay, según le contó su madre.

Aunque le faltan cuatro años para graduarse, muchos le dicen a Gina “la doctora de los bordos”, porque auxilia e inyecta a los vecinos que le confían sus dolencias.

Ha sensibilizado más su espíritu con las charlas que le dan sus catedráticos sobre el trato a las personas: ver con una sonrisa hasta al más humilde, aunque a ella la hayan discriminado por vivir en un bordo.

Foto: La Prensa

Se encariñó con un recién nacido que atendió en el hospital Mario Rivas como parte de su práctica universitaria.
La chica bombón

Comenzó estudiando administración de empresas allí mismo en la Unah-vs, pero de repente decidió cambiar de carrera porque siempre quiso estudiar Medicina.

“Aunque sabía que es una carrera más cara, dije: me voy a lanzar, y fue así que comencé a estudiar con libros que me prestaban los compañeros”.

También ha vendido churros y bombones en la universidad para poder costear su pasaje diario de ida y regreso a la vivienda.

Los compañeros en esa universidad pública la bautizaron como “la chica bombón”, al relacionar su venta de dulces con su cuerpo escultural.

“La Medicina es bonita, pero no es fácil porque tiene mucho contenido, desgasta física, intelectual y emocionalmente”, sin embargo no se desanima.

Cuando le tocó por primera vez estudiar un cadáver en la necroteca de la “U”, al principio tuvo temor, pero luego se emocionó porque “empecé a aprender términos médicos y nombres largos y raros... Me sentía como que ya era doctora”.

Foto: La Prensa

Gina trabajando en el reciclaje de los sacos usados.
Es tanto el contenido de sus materias que a veces se le acumulan los exámenes. Entonces se va a estudiar donde alguna compañera, porque “no puedo estar despachando en la pulpería y estudiando”.

Desde ya sueña con la especialidad que estudiaría al graduarse. Le gustaría ser dermatóloga infantil porque ha visto todas las afecciones que sufren los pequeños en esos cinturones de miseria.

También tiene en mente instalar una clínica popular con su amiga Johana en ese sector. Ella piensa que “cuando venimos de abajo tenemos mayor conciencia social. Sabemos qué es el dolor, el hambre y la necesidad”.

Un hombre de buena condición económica les dijo que, siendo pobres, no soñaran con ser doctoras, a lo que Johana le respondió: “Aunque sea vendiendo tamales me voy a graduar y si tuviera la oportunidad de asistirlo a usted, lo haré con gusto”.

A sus 27 años, Gina Meza ni siquiera tiene novio por estar enfocada en su estudio, que es su verdadero amor, según dice.

Por el momento lo que quiere es tener libre el camino para llegar al estrado donde espera le entreguen su título, aunque sabe que el corazón a veces no se deja mandar.