Los padres de Carolina no lo podían creer cuando vieron la fotografía que les mandó de Estados Unidos donde aparecía montada en un caballo. En su niñez cabalgar había sido uno de sus pasatiempos, pero quién iba a creer que pudiera volverlo a disfrutar ahora que está paralizada de la cintura hacia abajo.
Solo a una muchacha inquieta como Carolina Pinett se le podía ocurrir dejar su silla de ruedas por un momento para subirse en el caballo con la ayuda de sus amigos cuando estuvo pasando unas vacaciones en el país norteamericano.
Era la segunda vez que se aventuraba a salir fuera del país, sin más compañía que su silla de ruedas, desde que se sometió a una complicada cirugía en la columna vertebral que le restauró su vida, pero no la movilidad en sus piernas.
Cuando la gente le dice: “no lo podrás hacer” pareciera que más bien la retan y dice para sí misma: “claro que lo puedo hacer”. Esa es una de las razones para que la joven de 23 años avance por la vida sin mayores tropiezos, aún con sus piernas adormecidas desde que tenía 17. “El peor enemigo no es la silla de ruedas, sino el temor a no poder caminar. Si uno vence ese temor, todo lo demás es posible”, dice Carolina.
El primer aviso de que le esperaba una dura prueba lo tuvo a los diez años cuando la familia vivía en Tegucigalpa. Esa vez sintió un dolor en la espalda luego de permanecer por largo rato hincada. “A lo mejor son los dolores del crecimiento, andá acostate”, le dijo su madre, pero al rato sintió “como electricidad” en las piernas y comenzó a gritar. “No podía controlar mis piernas ni mi cuerpo, me hice pipí sin darme cuenta”, recuerda.
El diagnóstico que dieron en una clínica privada fue que la niña había sufrido un infarto en la médula espinal. Hubo que operarla de emergencia, con la autorización firmada de los padres porque se trataba de una cirugía de mucho riesgo. Tres meses después Carolina regresaba en silla de ruedas a su escuela donde tuvieron que cambiar su grado a la planta baja para que ella no tuviera que subir gradas.
Fue un trauma saber que ya no podría seguir siendo la capitana del equipo de volibol, pues el pronóstico era que ya no se levantaría de la silla de ruedas.
La niña alternaba sus clases con las sesiones de terapia que recibía en la Fundación Teletón. “Me dolía todo el cuerpo cuando me sostenía en las barras frente a los espejos”.
La ciencia había dicho que no volvería a caminar, un buen día la niña comenzó a dar señales que desmentían esos pronósticos: movió los dedos de los pies y podía sentir el agua fría cayendo sobre sus piernas.
Las terapias se intensificaron y a los pocos meses Carolina volvía a jugar Volibol y a danzar. Los médicos se quedaron asombrados, no había otra explicación más que aquello era resultado de la intervención divina, dijo su madre.
Agenda sentimental
Todo iba bien hasta que en 2006, estando viviendo la familia en San Pedro Sula, a Carolina le volvieron a doler las piernas, con un dolor que cada vez se hacía más fuerte.
Estaba por graduarse como bachiller cuando fue llevada nuevamente a los quirófanos con una malformación arteriovenosa que por estar próxima a la médula espinal podría ser fatal. “Si no la operamos la perdemos porque había una hemorragia interna que podía haber llegado al cerebro”, dijo la madre.
Aunque los médicos “no garantizaban nada”, la cirugía fue un éxito, pero no restauró las posibilidades de poder caminar de la joven. “En esta nueva experiencia ya no pensé: ¡qué frustración!, sino que decidí tomar una actitud más positiva frente a la vida”, comentó Carolina.
La muchacha se muestra siempre sonriente aun cuando es subida en peso en su silla de ruedas al tercer piso por los guardias de la universidad donde estudia Mercadotecnia.
Nunca perdió el amor al trabajo que le inculcó su padre desde que era una niña. Gracias a ello ahora es gerente de campaña del parque de negocios Altia, adonde tiene cincuenta personas bajo su mando.
Aunque su trabajo y los estudios llenan la mayor parte de su agenda, tiene tiempo para dirigir un cuadro de danzas y cánticos en la iglesia Huerto Profético del barrio Suyapa de la cual sus padres son pastores.
De su agenda sentimental ni hablar. “Tiene muchas acechanzas”, interviene su padre, pero Carolina dice, riéndose, que prefiere hablar de eso en otro momento.
“Mi mamá decía que iba a comprar un matamoscas muy grande para apartarme los novios, yo le digo que para que me los va a espantar”, agrega y vuelve a reír.
Buscan eliminar barreras
Brindar servicios y facilidades a personas discapacitadas es el propósito de una fundación que podría formarse en esta ciudad, informó la pastora Thelma Paz de Pinett, una de las promotoras del proyecto.
Fundación sin barreras sería el nombre de la organización formada por los mismos discapacitados con el fin de que haya rampas especiales para sillas de ruedas en los principales edificios públicos, cines y centros comerciales, entre otras facilidades, dijo la señora Pinett, madre de Carolina.
Lamentó que en algunos edificios donde laboran o estudian personas que se desplazan en una silla de ruedas o con aparatos ortopédicos no haya ni siquiera un elevador para que puedan evitarse el sacrifico de subir por las escaleras.
En otros países hasta los buses del transporte público disponen de plataformas eléctricas de abordaje para los usuarios con alguna discapacidad, pero aquí eso sería un sueño, según expresó.
Si bien en algunos lugares públicos ya hay por lo menos estacionamientos disponibles para personas especiales, no hay rampas para que las sillas de ruedas puedan superar con facilidad los bordillos de las aceras. Aparte de ello, estas áreas no las respetan algunos conductores que tienen todas sus facultades físicas.
Carolina vivió una experiencia que confirma lo que dice. Un conductor con todas sus facultades físicas no quiso cederle el estacionamiento para discapacitados y la madre, que era quien transportaba a la muchacha, tuvo que buscar un parqueo regular.