07/12/2025
01:22 AM

Blanca cuenta sus 20 años de horror

Su padre abusó de ella desde que su madre murió. Aguantó dos décadas de golpes, maltratos y vio cómo su verdugo también abusaba de las hijas que engendró con ella.

“Cuando mi madre murió, mi papá por la fuerza me hizo suya. No podía hacer nada y yo creí que era normal y que tenía que hacer lo que él me dijera”, así rompe el silencio Blanca, una humilde mujer de Pie del Cerro, Ocotepeque.

Fue abusada por su padre desde que su mamá murió y tuvo cuatro hijos con él. Su calvario terminó más de 20 años despúes, pero las cicatrices del cuerpo y del alma viven con ella. Su historia está llena de sufrimiento, dolor, lágrimas, golpes y abusos.

Desde la casa refugio donde se encuentra junto a sus cuatro hijos, recibiendo tratamiento sicológico para menguar un poco el daño causado, decide hablar para que otras mujeres en su situación abran los ojos y denuncien.

“Si hacía algo que no le gustaba me tiraba el tizón, otras veces con el machete me golpeaba, no nos dejaba salir y por eso un día que él salió al pueblo mi otra hermana aprovechó y se fue de la casa.

Sólo quedamos mi hermano y yo, en ese entonces yo sólo tenía ocho años”, relató Blanca, la hija del aberrado. Ella ahora tiene 36 años.

Pero ese calvario apenas comenzaba, porque siendo apenas una niña sola y en la lejanía de su vivienda de adobe, a los catorce años, aquel hombre la embarazó y en pocos meses le daría su primer hijo-nieto.

Los abusos

Blanca daba a luz a su primer hija Toñita, la niña presentaba deformaciones congénitas como producto de la relación incestuosa.

Con las limitaciones económicas, Blanca no supo qué era guardar dieta, apenas cinco días después de haber dado a luz, Manuel la obligaba a preparar la comida y lavarle la ropa, si no cumplía con sus órdenes era presa de los golpes que constantemente le daba, recuerda.

Blanca nunca reclamó, nunca se opuso a ser golpeada, su poca visión de la vida la mantenía sumisa, no tenía con quien hablar ni desahogar sus penas, en silencio cumplía con lo que su padre le pedía y así transcurrió su vida.

Cinco años después llegaba su segunda hija, Ondina, la niña nació bien. Las preocupaciones de Blanca iban en aumento. En casa no había para darles de comer a las niñas. “Había días que no llevaba nada a la casa y el maíz y la bolsa de sal se terminaban”. Mal alimentada, Blanca no producía mucha leche para amamantar a sus criaturas.

“Fue una suerte criar a las cipotas, pero batallando se van pasando los días”, explica.

“Nunca pude salir ni a hacer mandados. Tenía que estar sólo al cuidado de mis hijas, era de estar pendiente del quehacer. Y como no teníamos vecinos cerca, nadie me ayudaba”, cuenta.

Años después, dio a luz a Flor de María y doce meses después a Salvador. Ya eran cuatro hijos que alimentar. Ninguno fue a la escuela, vivieron en las cuatro paredes de adobe todos estos años. Ése era el único mundo que conocieron hasta que fueron rescatados.

Cadena de dolor

Si Blanca ya sufría en su calvario, su dolor aumentó cuando Manuel empezó a abusar de sus pequeñas hijas. Se sentía impotente, atada. Sus hijas tampoco tuvieron infancia. No les era permitido salir, tener amigos, conocer el pueblo, ir a la escuela. Desde los siete años comenzaron a ser abusadas por su padre y abuelo.

“Cómo podía impedir que abusara de mis niñas, estábamos en un solo cuarto, vivíamos bajo amenazas y solas sin apoyo de nadie, él era quien mandaba.

Pero ahora hay gente buena que nos ha ayudado y ya las niñas están aprendiendo; la vida ahora si nos cambió”, dice la humilde mujer.
Por ahora Toñita, Ondina, Flor de María y Salvador están felices, tienen ropa nueva y ayuda de la gente que sin pensarlo dos veces les ha dado la mano. Sus vidas necesitan un respiro para olvidar, la solidaridad han sido el ingrediente que les ha devuelto las esperanzas y hoy con fe comienzan una nueva vida.