Espectáculos
Nueva York, Estados Unidos.
A pesar de ser una estrella internacional de la música, la vida privada de Bruno Mars sigue siendo un misterio, e incluso su relación sentimental de cuatro años con la modelo Jessica Caban ha logrado permanecer en segundo plano.
Sin embargo, ahora el cantante ha decidido sincerarse acerca de uno de los momentos más duros, y al mismo tiempo más felices, de su infancia en Hawái: los dos años que vivió en una más que austera construcción de cemento en medio de Paradise Park, un zoológico de pájaros, tras el divorcio de sus padres.
Aunque en un principio la familia se alojaba en una modesta vivienda sin baño “teníamos que cruzar todo el parque hasta otra construcción donde sí había uno”, recuerda. El padre del intérprete trabajaba como empleado en el parque, cuando el establecimiento cerró no les quedó más remedio que buscar otro lugar para instalarse.
Pobre pero feliz
“Cuando vivíamos aquí teníamos una cama que estaba justo ahí, en medio de la habitación, y dormíamos todos juntos”, explica el intérprete en uno de los adelantos promocionales del programa 60 minutes -que se emitió ayer domingo- mientras recorre su antiguo hogar, ahora completamente en ruinas, una visita que según sus propias palabras le trajo a la memoria “los mejores recuerdos del mundo”.
A lo largo de aquellos complicados años, el artista, su hermano y su padre durmieron en la parte trasera de un vehículo y en las azoteas de los edificios.
Lejos de considerar que esa etapa le traumatizó emocionalmente, Bruno siempre ha sostenido que le proporcionó la fortaleza y las herramientas para lidiar con los obstáculos de la industria musical, incluida el duro golpe que supuso ser expulsado de Mototown tras firmar un contrato con la discográfica a los 18 años que finalmente no llegó a buen puerto.
“Domiamoes en sitios en los que evidentemente no deberíamos estar pero lo teníamos todo, nos teníamos los unos a los otros. Nunca sentimos que nuestra situación fuera el fin del mundo. Más bien nos decíamos: ‘Bueno, no tenemos electricidad, pero no pasa nada, es algo temporal. Ya se nos ocurrirá qué hacer’. Puede que esa sea la razón por la que ahora tengo esta mentalidad en lo que respecta a la música. Sé que siempre me las voy a arreglar, solo necesito algo de tiempo”, acota.
A pesar de ser una estrella internacional de la música, la vida privada de Bruno Mars sigue siendo un misterio, e incluso su relación sentimental de cuatro años con la modelo Jessica Caban ha logrado permanecer en segundo plano.
Sin embargo, ahora el cantante ha decidido sincerarse acerca de uno de los momentos más duros, y al mismo tiempo más felices, de su infancia en Hawái: los dos años que vivió en una más que austera construcción de cemento en medio de Paradise Park, un zoológico de pájaros, tras el divorcio de sus padres.
Aunque en un principio la familia se alojaba en una modesta vivienda sin baño “teníamos que cruzar todo el parque hasta otra construcción donde sí había uno”, recuerda. El padre del intérprete trabajaba como empleado en el parque, cuando el establecimiento cerró no les quedó más remedio que buscar otro lugar para instalarse.
Pobre pero feliz
“Cuando vivíamos aquí teníamos una cama que estaba justo ahí, en medio de la habitación, y dormíamos todos juntos”, explica el intérprete en uno de los adelantos promocionales del programa 60 minutes -que se emitió ayer domingo- mientras recorre su antiguo hogar, ahora completamente en ruinas, una visita que según sus propias palabras le trajo a la memoria “los mejores recuerdos del mundo”.
A lo largo de aquellos complicados años, el artista, su hermano y su padre durmieron en la parte trasera de un vehículo y en las azoteas de los edificios.
Lejos de considerar que esa etapa le traumatizó emocionalmente, Bruno siempre ha sostenido que le proporcionó la fortaleza y las herramientas para lidiar con los obstáculos de la industria musical, incluida el duro golpe que supuso ser expulsado de Mototown tras firmar un contrato con la discográfica a los 18 años que finalmente no llegó a buen puerto.
“Domiamoes en sitios en los que evidentemente no deberíamos estar pero lo teníamos todo, nos teníamos los unos a los otros. Nunca sentimos que nuestra situación fuera el fin del mundo. Más bien nos decíamos: ‘Bueno, no tenemos electricidad, pero no pasa nada, es algo temporal. Ya se nos ocurrirá qué hacer’. Puede que esa sea la razón por la que ahora tengo esta mentalidad en lo que respecta a la música. Sé que siempre me las voy a arreglar, solo necesito algo de tiempo”, acota.