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La corriente del río se llevó las ilusiones de dos hermanitos

  • 01 junio 2015 /

Osvin Joel Zaldívar, quien fue “padre y madre” está desconsolado por haber perdido a sus dos hijos.

Puerto Cortés, Honduras.

Salieron de la vecindad gritando de alegría, se dirigían hacia el bus que los transportaría hacia el sector de Omoa junto con otros excursionistas, que también iban emocionados, a bañar y a ver un partido de fútbol entre dos equipos de mujeres.

En la comunidad de Puente Alto, municipio de Puerto Cortés, los vecinos recuerdan con una mezcla de dolor y cariño a los hermanitos Osvin Moisés, de seis años, y Nancy Arely Zaldívar Garmendia, de siete, quienes regresaron muertos por ahogamiento de aquel trágico paseo.

No hay consuelo para Osvin Joel Zaldívar, quien fue “padre y madre” de las dos criaturas con las que vivía en un cuartito de aquella vecindad, desde que se separó de su compañera de hogar.

“Los bañaba, los vestía y los llevaba a todos lados cuando no estaba trabajando en el bus”, dijo una de las vecinas.

El hombre había prometido al niño comprarle un bus de juguete como el que él manejaba en una empresa de transporte que cubre la ruta entre San Pedro Sula y Puerto Cortés.

Sus obligaciones no le permitieron acompañar ese domingo a los niños. Se los encargó a Xiomara Barahona, una vecina que los cuidaba como si fueran hijos suyos cuando el padre estaba frente al volante.

Pero la muerte se los arrebató en un abrir y cerrar de ojos, cuando disfrutaban de un baño vespertino en las aguas del río Manchaguala de aquel sector.

Un encuentro

Como a las nueve de la mañana, la unidad repleta de alborozados excursionistas partió del campo de fútbol de Puente Alto.

Entre ellos iban las integrantes del equipo América dispuestas a vencer a las contendientes del otro cuadro que las esperaba en aquel sector de Omoa.

Las risas y las pláticas se mezclaban con la música que sonaba en la radio a volumen moderado, mientras el bus avanzaba hacia su destino.

“Los niños viajaban en los asientos de adelante, por eso no los volví a ver después que se subieron”, dijo el joven Edwin Wilfredo Laínez, del equipo de varones, que esta vez no jugaría, por eso iba como espectador.

Hasta su casa, ubicada al final de un empinado camino de cemento, había llegado el dueño del equipo a pedirle que no fuera a faltar, como si presintiera que el muchacho no estaba muy animado, pero al fin aceptó.

Algunos de los viajeros llevaban sus “burras”, las que iban devorando en el trayecto, mientras otros comieron al llegar al lugar del paseo en una venta instalada por una de las mismas excursionistas.

Las jugadoras se tomaron su tiempo para ponerse sus uniformes y dirigirse al campo de juego. Perdieron uno a cero contra el equipo local, pero eso no hizo decaer los ánimos, pues la motivación mayor parecía ser el baño en el Manchaguala, que desemboca en la bahía de Omoa.

Una de las futbolistas dijo que tuvieron un receso antes de meterse al agua, tomando en cuenta que puede ser dañino para el organismo bañarse después de agitarse y de comer.

Algunos de los excursionistas como Edwin optaron por quedarse solo viendo desde la rivera porque le tienen miedo al agua.

Angustia

Los niños, como otros que tampoco sabían nadar, decidieron quedarse en la parte poco profunda del río, pero sucedió algo inesperado.

Unos caballos se metieron al agua y hasta se defecaron, provocando que los bañistas se salieran alborotados, pero los niños en vez de buscar la orilla se fueron más adentro.

Fue entonces que sucumbieron al caer en una poza y comenzó la angustia que ensombreció el paseo. Como a los veinte minutos lograron sacarlos con la ayuda de nativos del lugar, pero ya tenían la languidez de la muerte.

“Estaban echando agua hasta por los oídos. De nada sirvió que les dieran respiración boca a boca y le presionaran el abdomen”, dijo una de las jugadoras.

Xiomara Barahona manifestó que en los momentos en que se dio el hecho ella estaba cerca de los hermanitos, pero estaba sacando del río a un niño chiquito quien le dijo que tenía sueño y decidió ir a acostarlo.

“Cuando yo salgo del río entran los caballos y se produjo el desparpajo de gente”, dijo la mujer.

Los restos de los pequeños descansan en el cementerio de la vecina comunidad de Baracoa. Entre las flores que adornan la tumba hay una gatita de juguete que Osvin Moisés nunca soltaba.

La andaba siempre con una pelota de plastilina pegada en la base, dijo una mujer que el lunes anterior, visitaba la tumba. La niña le decía al padre que quería estudiar para superarse y trabajar por él. Iban a todos lados con el papá.

Este recordó que Nancy le decía que nunca se separarían los tres. “También me pedía que le cumpliera una promesa, que si el día de mañana ellos faltaban querían que yo fuera feliz con su mamá”.

Osvin Joel Zaldívar llora desconsoladamente al recordar la tragedia.

Foto: La Prensa

Los dos hermanitos fueron sepultados en la misma tumba.