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Antojo de un pollo frito llevó al pequeño Andy a las garras de la muerte

  • 20 abril 2015 /

Andy Martínez salió de su casa a comprar un pollo frito sin imaginar que una bala perdida le apagaría su vida.

Puerto Cortés, Honduras.

El niño Andy Martínez salió de su casa a comprar un pollo frito, y el pescador Miguel ángel López, de su trabajo fue a tomarse una cerveza. A los minutos el destino los juntó en un popular merendero de Puerto Cortés, donde también se dio cita la muerte.

Ambos cayeron abatidos por una lluvia de balas que desde afuera del negocio disparó un desconocido en motocicleta.

El objetivo del atentado al parecer era el pescador, pero una bala sin dirección fue a impactar en la cabeza del pequeño, que en ese momento estaba haciendo su pedido en el mostrador del merendero Estela, del barrio El Porvenir.

Pidió una cadera jugosa de 45 lempiras con una ración extra de tajadas de guineos verdes, y se disponía a retirarse para esperar afuera porque en el negocio no se permite la permanencia de menores, cuando sucedió la balacera. Andy se desplomó adentro, mientras el pescador, herido de bala, logró dar unos pasos para caer fuera del establecimiento.

“Andy era un cliente estrella, casi todas las noches, cuando su madre salía del trabajo, llegaba a comprar su pollo frito”, dice Eduin Linares, administrador del negocio, visiblemente afectado por la tragedia.

Como buen católico, dentro de su local Linares hizo un altar con la fotografía del niño, quien cursaba el cuarto grado en la escuela Marco Aurelio Soto de ese mismo sector.

El miércoles anterior sus compañeros llegaron de luto a la escuela y entre lágrimas, le dedicaron un minuto de silencio.

Foto: La Prensa

En honor al pequeño Andy le hicieron un altar en el lugar donde murió.

La escena

Como a media cuadra del merendero, Karina Martínez, la madre del niño, salía del baño cuando escuchó la seguidilla de tiros y lo primero que pensó fue en su Andy. Terminó de cambiarse rápidamente y salió como loca, cruzó la calle y llegó al merendero, donde encontró al cipote de diez años tirado en el suelo.

En su mano derecha tenía estrujados los billetes con los que pagaría el pollo.

Aunque todavía se movía por una reacción natural de los nervios, su instinto de madre le decía que ya su alma no estaba allí. De nada sirvió que lo llevaran a una clínica local porque ya no había nada que hacer, según confirmaron los médicos.

Por lo general el niño cenaba en la casa de una tía de ese mismo barrio, adonde se quedaba mientras su madre salía del trabajo, pero ya se había acostumbrado a que ella le comprara su antojo, especialmente cuando le pagaban su sueldo.

Iba de noche con Julián, su hermano mayor, al merendero, pero como este se enfermó, esa noche se fue solo. “De haber estado juntos, tal vez ambos hubiesen fracasado”, reflexionó la madre.

Fue una trágica coincidencia encontrarse en el negocio con el pescador a quien no se sabe porqué lo buscaba para matarlo el hombre de la moto. “Solo Dios y él lo saben”, dijo una tía, quien se dedica a vender mariscos en el mercado.

A la par trabajaba Miguel ángel en un puesto de sus padres, por eso era muy conocido en El Porvenir. La familia de Andy también lo conocía, pero solo de vista.

Andy era el menor de los tres hijos de Karina, una madre soltera que trabaja en una microempresa envasadora de condimentos de Puerto Cortés. Cuando salía, a las seis de la tarde, pasaba por el niño en la casa de la tía, donde el pequeño se la pasaba jugando con sus primos y primas.

Estaba feliz porque lo iban a federar en un equipo infantil y ya tenía hasta el uniforme. Jugar fútbol era una de sus grandes aficiones, en cuanto salía de la escuela se iba a patear la pelota al campo, cuentan sus primos.

El Chelito, como le decían muchos de sus amigos era muy querido por los porteños. Así quedó demostrado la noche de su velatorio en la casa de la tía. Fue necesario cerrar la cuadra por ambos extremos con la ayuda de la policía para que pudiera acomodarse tanta gente.

Su popularidad se debía a la facilidad que tenía para hacer amistad hasta con los adultos. Era además servicial y le gustaba el negocio. En un santiamén vendió un saco de lichas que un tío suyo trajo de El Nisperal, comentan los parientes.

Lo sepultaron en el cementerio de Cienaguita junto a una urna que contenía las cenizas de un tío suyo, quien murió hace tres años de un paro cardiaco después de haber cruzado de mojado la frontera entre México y Estados Unidos.

Como era amante de hacer explotar el confeti en las fiestas, la familia quiso despedir a Andy con una lluvia de estos papelillos de colores, pero resulta que el aparato que los lanza nunca funcionó.

Su prima Loany cree que fue el espíritu del niño quien no lo permitió, porque él quería hacerlo como cuando estaba vivo.

La familia considera que Andy se fue feliz porque metieron dentro del mausoleo su guitarra, de la que nunca se separaba y así quisieron que fuera hasta la muerte.

Foto: La Prensa

Miguel Ángel López se dedicaba a vender mariscos.