G ertrudis era una mujer celosa, le seguía los pasos al esposo, por donde quiera que anduviera lo llamaba por el celular a cada instante y aunque él estuviera ocupado, tenía que contestar para evitar discusiones, mentadas de madre y todo lo que sucede con gente desconfiada. Un día comentaba con una amiga: –Yo a Rolando no lo dejo en paz, una vez me hizo una pasada y de ahí no volví a confiar mas en él, ya le dije que el día que ande con mujeres, quien sabe si lo mato, yo soy muy encachimbada y no estoy conforme–. La amiga se rio con ella y: –Mmmm mijita, a quién se lo decís, yo soy la madre de los celos, a Efraín lo tengo con el pico clavado, todo se lo debo a una señora que se llama Teresa, esa vieja sí que sabe, tira las cartas, hace conjuros, pichingos, te da el baño de las siete yerbas y vieras cuántas cosas más. –¿Y por que no me llevas para que ese jodido quede con el pico clavado y no vuelva a ver a ninguna mujer? –Pues si querés paso por vos mañana viernes, los viernes y los martes son los días que mejor trabajan los brujos–. Los celos hacen que algunas mujeres tomen el camino equivocado, en vez de buscar el perdón y perdonar hacen todo lo contrario, van en busca de lo oculto sembrando más odio, más resentimientos en sus corazones. Gertrudis se arregló bien, se puso “changa” para ir donde la bruja Teresa, que vivía en la salida a La Lima, Cortés –Mmmm esta Corina si se tarda, me dijo que iba a pasar a las 9 y casi son las diez–. A las diez en punto llegó la amiga –Disculpame vos, no ves que Efraín no se iba, pero ya que estoy aquí no perdamos el tiempo y vámonos donde la vieja Teresa–. Media hora más tarde conversaban con la bruja, habían esperado que atendiera a otras personas para quedar a solas con ella. –Ajá mija, contame lo que te pasa... –Vea doña Teresa, resulta que mi marido una vez me fue infiel con una de mis mejores amigas, le descubrí todo, él confesó la verdad y le dije que lo perdonaba, pero es mentira, no lo voy a perdonar por el daño que me hizo, ahora soy una garrapata con él, no me le despego “por si las moscas”, pero estoy descubriendo que se está haciendo el disimulado conmigo. –Mmm... es que lo estás acorralando con tus celos, pero eso se arregla, yo ya lo pongo quieto, sin necesidad que lo estés acosando, ¿que te parece mija? –Es lo que yo quiero, que tenga el pico clavado que no mire a otra mujer que no sea yo, que siempre esté conmigo, que jamás me deje. –Bueno, pero para eso tenés que traerme una prenda de él... un pañuelo, un calcetín, cualquier cosa que le pertenezca, aunque te voy a decir que sería preferible un calcetín, hay más poder en el conjuro. –Mañana mismo le traigo lo que me está pidiendo, ¿pero me asegura que no me dejará nunca? –Claro que sí, jamás te va a dejar, siempre va a estar con vos–. Al siguiente día regresó Gertrudis donde la vieja Teresa, había abordado un taxi en San Pedro Sula para llegar sola, no quería de testigo a la amiga que le había llevado donde la bruja. Después de varios conjuros la vieja Teresa le entregó el calcetín y le dijo: –Lo vas a enterrar en el solar de tu casa, en una esquina, luego vas a ver los resultados–. Gertrudis hizo todo lo que la mujer le dijo y se quedó maravillada que a los tres días su esposo no era el hombre disimulado; era atento, servicial, la llevaba a todas partes, la consentía, le decía cosas bonitas y la besaba constantemente. Hay cosas en la vida que no se pueden adivinar y que sorprenden a muchas personas. Gertrudis era una mujer joven y bonita, los hombres al pasar la enamoraban. Pero un día conoció a Beto un muchacho que vivía en el barrio Gauamilito que se dedicaba a las ventas, quedó impresionada con él, en poco tiempo fue ella la que comenzó a engañar a su marido. –Y ahora qué hago, estoy enamorada de otro hombre y con el hechizo que le hice a mi marido no me lo puedo despegar. Voy a sacar el calcetín de la esquina del solar para que no funcione la brujería, sí eso es–. Procedió a sacar el calcetín y lo quemó creyendo que así estaría finalizado el hechizo. Rolando, el esposo de Gertrudis se levantó mareado aquella mañana, le dijo a la mujer que se sentía mal, ignoraba que su propia esposa lo estaba envenenando, le estaba poniendo veneno en la comida, en el café, en toda clase de bebidas no lo quería vivo sino que muerto. Así enfermo se fue para su trabajo y de allá le avisaron que había muerto de un ataque al corazón. Todo ocurrió según ella lo había planeado. A los tres meses de muerto llevó a su casa al joven Beto, tratándolo como a un rey, el hombre era joven, bien parecido, y de repente la mujer se da cuenta que Beto le era infiel igual que su finado esposo. El impacto fue tremendo, no sabía qué hacer; y una noche mientras Beto dormía ella planeaba asesinarlo. De pronto Beto se levantó y se fue al sanitario, al regresar se cubrió con la cobija de pies a cabeza, ella lo vio de lado y llena de ira no aguantó más y le dijo: –Maldito, sos igualito al que se murió–. El hombre, sin quitarse la cobija, respondió: –Mejor se lo decís a él cuando regrese del sanitario, me hiciste brujería para que no te dejara jamás, ahora estoy aquí con vos y voy a estar cerca hasta que también estés muerta–. La mujer pegó un grito aterrador que obligó a Beto a salir precipitadamente, pero se quedó petrificado al ver que un cadáver abrazaba a la mujer. Nunca más volvieron a ver a Beto, Gertrudis se volvió loca y en medio de su locura contó la historia que acaban de leer.
07/12/2025
08:06 PM
En busca de la maldición
- 23 noviembre 2013 /
Gertrudis es una mujer celosa en extremo con su marido, su actitud le traerá una sorpresa de locura
Gertrudis es una mujer celosa en extremo con su marido, su actitud le traerá una sorpresa de locura