Hoy en día ya nada se esconde, las llamadas tiendas de botánica no son otra cosa que lugares donde se encuentran oraciones, velas de colores, aerosoles mágicos para la buena suerte y para conseguir amores con los nombres más sugestivos como El Poderoso, Quita Calzón y Buena Suerte. Para triunfar en los negocios y en otras ocupaciones también se encuentran escapularios, herraduras, brebajes, muñecos de cera para toda ocasión, alfileres de colores, lociones, polvos de amor, miel de amor, etcétera. Los clientes tampoco se esconden. La gente va y viene por esas tiendas o puestos en los mercados donde le venden brujerías y encantamientos y en algunos lugares leen las cartas de los clientes.
Mauricio Vélez tenía un amigo haitiano que había conocido en un viaje de Honduras a Haití. Se llamaba Casimiro. Era un negro de mediana estatura, amable, simpático, le caía bien a todo el mundo. Casimiro pasó sus vacaciones en Tegucigalpa, visitó muchos lugares y un día le pidió a Mauricio que lo llevara al Mercado San Isidro. Recorrieron varios puestos hasta que llegaron a unos donde vendían plantas medicinales, recetas, oraciones, figuras de porcelana y de cera. El negro se puso a escoger varios artículos y entre ellos escogió un muñeco de cera (pichingo).
—Mirá, Mauricio, con esta figurita vas a poder hacer muchas cosas. Yo te voy a enseñar.
Durante dos semanas, Mauricio aprendió secretos ocultos para la mayor parte de los seres humanos. Casimiro el haitiano regresó a su país, pero antes le advirtió a Mauricio:
—Nunca le vayas a pedir al muñeco una cuarta oportunidad... nunca.
María Celeste era una mujer de 35 años, divorciada, huraña y de carácter fuerte, tenía cara de pocos amigos, pero con su hermoso cuerpo compensaba sus pocos defectos. Mauricio siempre quiso tener una oportunidad para enamorarla, ya que había sido buen amigo de su exesposo Arturo.
—Vaya —dijo María—, si es mi eterno admirador el que va entrando en esta casa. ¿En qué puedo servirte, Mauricio?
El joven contestó entusiasmado:
—En muchas cosas, María Celeste, en muchas cosas.
La mujer sonrió.
—Y mira, Mauricio, no sigas alimentando esas ilusiones conmigo. No sos de mi tipo. Me agradas como amigo y nada más.
La mujer le ofreció una taza de café y mientras iba a la cocina Mauricio aprovechó la oportunidad para robarle una foto. Se hizo el disimulado. Después de tomar café y antes de despedirse, Mauricio sentenció:
—María Celeste, va a llegar un día en que vos me vas a buscar para que te haga mi mujer. A lo mejor me niego, no lo sé. Pero me vas a buscar.
María Celeste se rio.
—Veo que te estás quedando loco. Deberías ir adonde un médico para que te revise los cables, ja, ja.
Lo que jamás pensó la mujer fue que al día siguiente buscaría a Mauricio para entregársele. Al ver los resultados de su primer experimento con el pichingo recordó a la hija de un empresario que era de pocas pulgas y que en más de una ocasión lo había humillado. Pensó vengarse de la muchacha, pero cambió de planes. “Ya sé. Me voy a repasear en este viejo. Haré que se vuelva un cobarde, que le tenga miedo a todo y que fracase en sus empresas. Muchas veces me avergonzó delante de muchas personas y ahora me toca a mí, je, je, je”.
Por la noche hizo unos conjuros, preparó el pichingo y le puso el rostro del empresario, que había sacado de un periódico.
—Ya verá el viejo Emilio que no puede andar humillando a quien le dé la gana.
Un mes más tarde, las empresas de don Emilio habían fracasado, sus hijos e hijas quedaron en la calle y el pobre viejo murió humillado. El 15 de septiembre, Mauricio fue a ver los desfiles. Entre las palillonas de los colegios descubrió a una muchacha muy bella, con tremendo cuerpo. Averiguó cómo se llamaba y ese mismo día se le presentó, le tomó varias fotografías y le dijo:
—Pronto nos veremos, Verónica. Ah, y vamos a ser más que novios.
Verónica sucumbió al hechizo y en poco tiempo se convirtió en una conquista más del aprendiz de brujo. El joven se sentía feliz de vivir con una muchacha tan bella y se dio cuenta de que no había hecho nada para tener dinero en abundancia. Pensó utilizar el pichingo con una mujer adinerada para quedarse con su pisto, pero recordó la advertencia del haitiano: “Nunca le vaya a pedir al muñeco una cuarta oportunidad”. Sin embargo se atrevió a retar a lo desconocido. Una noche, mientras Verónica dormía, sacó el pichingo, se fue a la cocina y comenzó el conjuro utilizando la fotografía de la señora rica. Verónica se despertó y al escuchar la voz del hombre se levantó sigilosamente y se dio cuenta de la realidad. Vio dónde colocó Mauricio el pichingo y regresó a la cama fingiendo que dormía. Al día siguiente, Mauricio salió.
—Voy de compras. Cuidadito con salir de la casa o te mato.
Verónica agachó la cabeza y no dijo nada. Cuando se fue Mauricio, sacó el muñeco de la cocina, lo llevó al solar de la casa y sintió que su cuerpo se estremecía, tomó un cuchillo y comenzó a partirlo en pedazos.
—Te voy a destruir para que nunca más te utilice ese hombre para hacerle daño a los demás.
Los asombrados vecinos de la comunidad vieron cómo Mauricio gritaba mientras se le desprendían las extremidades superiores, luego se quedó sin piernas, su cabeza rodó por el suelo y no se sabe de dónde salieron millones de gusanos que devoraron el cuerpo despedazado en cuestión de segundos. Verónica salió de aquella casa completamente liberada y se dio cuenta de lo sucedido con Mauricio. Cuando contó la historia terminó diciéndole a la gente:
—A Mauricio el Diablo se lo llevó.