Francisco Morazán es nuestra gloria nacional, una leyenda al igual que Simón Bolívar, o por qué no también decirlo, igual que Napoleón, antes de convertirse éste en tirano al autocoronarse emperador de los franceses en la Catedral de Notre Dame en París en 1804, a pesar de su caudillaje el genio militar de Napoleón, comparable al de Aníbal y al de Alejandro, se empaña por su crueldad y por su desmedida ambición, que produjeron su confinamiento en la isla de Santa Elena en donde murió de cáncer, muerte distinta a la de Morazán que sucumbe como un patriota sentenciado a muerte mediante un espurio juicio sumario, que lo condena al paredón de fusilamiento.
La muerte de Morazán es, pues, más gloriosa que la de Bonaparte, ya que mientras aquél se convierte en uno de los más grandes estadistas de América, con una concepción política de Centroamérica muy adelantada y superior a la realidad de la época, el general corzo muere deshonrado, luego que pierde la campaña de Leipzig en donde casi la totalidad de su ejército es aniquilado, hasta que le llega su Waterloo y es derrotado y humillado por los ingleses.
Hoy día el cadáver de Francisco Morazán se debe agitar y dar vueltas cuando evocamos la corrupción imparable, la inseguridad personal, la inseguridad jurídica, la injusticia, la pobreza, que el trató de erradicar. Por lo anterior, Morazán sería igualmente el héroe ideal en el 2007, puesto que él encarnó la alianza entre la democracia y el poder político. Morazán fue la exaltación de un modelo político muy singular, que en nuestros días resultaría aún muy avanzado para nuestra primitiva realidad.
Morazán el héroe es el primero en erigirse una estatua él mismo. Como Rousseau cree en la influencia de lo escrito, redactando sus magníficas Memorias y el importante Manifiesto que dirige a los centroamericanos. Como Jefe de Estado de Guatemala dotó a este país de una legislación saturada de un espíritu democrático. Como presidente de Centroamérica, restablece su credibilidad como gobierno federal republicano. El ideal morazánico es muy claro, al aspirar que la preeminencia del poder civil debe estar sobre el militar, lo que Carlos Roberto Reina supo un día hacer, y desde entonces parece ser, por lo menos seguimos en esto el ideal de nuestro héroe nacional.