Una vez que los hijos comienzan su vida escolar es clave que los padres vayamos definiendo con claridad el papel que nos tocará jugar en esta nueva etapa de su desarrollo.
Suele suceder que, a partir de este momento, los estudios se convierten en la principal preocupación de la familia y casi todas las conversaciones giran en su torno. La sobremesa se ve invadida por los exámenes, las tareas, las actitudes y conductas de los profesores, y, por supuesto, los aprobados y reprobados. Muchos de los disgustos que, de ahora en adelante, se producirán en casa, tanto en las relaciones paterno-filiales como en las conyugales, tendrán que ver con los estudios de los hijos. Para que la convivencia hogareña no se vaya a ver afectada, ensombrecida, por las dificultades académicas de uno o varios hijos, hay que recordar que éstos son mucho más que una libreta de calificaciones, que la preocupación por su formación escolar no debe generar un elemento negativo en la ya compleja dinámica familiar. Sé de padres, por ejemplo, que condicionan el cariño a las calificaciones y que dicen querer más o menos a los hijos dependiendo de si han obtenido o no buenas calificaciones. Muchos padres de familia olvidamos que la capacidad intelectual es, muchas veces, heredada, o que nosotros mismos no hemos sido capaces de crear un ambiente suficientemente estimulante para favorecer el interés de nuestros hijos por el estudio.
A veces la dificultad comienza con la selección de la escuela en la cual queremos que estudien nuestros pequeños. Si bien es cierto muchas veces los criterios más utilizados son el de la cercanía o el de la capacidad de pago, es fundamental considerar asuntos aún más importantes como el ideario del colegio, la capacitación del profesorado, el ambiente escolar o la formación espiritual que se dé en él. He querido hacer esta reflexión en una fecha en la cual en Honduras se celebra el Día del estudiante y porque, aunque quién sabe debido a qué razones, la fiesta ha ido perdiendo fuerza a medida que han ido pasando los años, es necesario que los padres de familia recordemos que tenemos un compromiso con este país: brindarle hombres y mujeres con la mayor y mejor preparación profesional para que podamos salir de esta situación incómoda en que nos encontramos.
Papás y mamás, la responsabilidad no es del Estado; el Estado no engendra ni concibe ciudadanos, los que los traemos al mundo somos nosotros y por lo mismo somos los primeros, insustituibles y mejores educadores de nuestros hijos. Cumplamos, pues, nuestro deber y hagamos patria.