¿Estamos en la zona del hambre? Duro es admitirlo pero probablemente sí. Un informe de diario LA PRENSA dice que sólo Nicaragua y Haití están bajo nosotros en este índice doloroso de desnutrición infantil que es una de las formas de medir la pobreza extrema.
El dato no es nuevo y a pocos puede sorprender a menos que se trate de aquellos que pasan en la luna o tan ocupados en hacer dinero o adquirir prestigios políticos que la suerte de la nación les es indiferente; pero sí, señores, hace años allí esta ese índice parpadeando en rojo como signo de alarma social.
Hay una media nacional. Cuando se elaboró la Estrategia para la Reducción de la Pobreza era del 40.6%, pero en el área rural llegaba al 47% y en departamentos como Intibucá a casi 70%.
Todo este peligroso desastre social es el resultado de décadas de olvido a lo que es fundamental y del monopolio político de cúpulas partidarias interesadas más en defender los intereses suyos, de sus familias o sus conmilitones, que en labrar la felicidad nacional.
El gasto social per cápita en Honduras es de los más bajos de América Latina, más bajo que el de Guatemala y el de Nicaragua, no digamos de países como Costa Rica o Argentina; este índice refleja la intención redistributiva del Gobierno y sus esfuerzos por liquidar factores urgentes de pobreza.
Cuando tenemos escalas regresivas de impuestos, cuando es alta la evasión fiscal, el despilfarro, los subsidios a los ricos y la corrupción, cuando los gobiernos actúan en el marco de conceptos económicos como el de la contención del gasto social, la desregulación y la reducción del Estado a funciones mínimas, es imposible enfrentar problemas como el de la pobreza extrema y avanzar en objetivos de justicia social.
¿Quién entonces se encargará de combatir el flagelo del hambre y la desnutrición? Las iglesias, los movimientos de señoras caritativas, la primera dama, la asistencia internacional; pero esto no es suficiente, se necesita la fuerte participación de un Estado comprometido con el bienestar social.
Pero este Estado básicamente debe ser diligente y transparente, sobre todo democrático, algo que no lo garantizan nuestros bandos tradicionales, corroídos por el oportunismo, sin programas y sin identificaciones reales con la causa de los pobres que no es entregar azúcar y harina en las campañas.
La solución de este problema, un círculo perverso que asciende en una espiral de angustia, radica en nuestras capacidades para, además de enfrentar el problema coyuntural porque el hambre no espera, encontrar una solución estructural.
¿Quién le pone el cascabel al gato?