La masacre acaecida recientemente en el barrio Villa Adela de la capital se ha sumado a otras que se han dado, en lo poco que va del año, en otros puntos de la geografía nacional. Y, como el ser humano corre el riesgo de caer en un estado de insensibilidad, de indiferencia, ante la repetición de hechos similares, es necesario que caigamos en cuenta que, ante este tipo de dramáticos eventos, no podemos ni debemos acostumbrarnos.
Cuando un delincuente, o un grupo de ellos, siembran el terror y la muerte en cualquier parte de Honduras todos debemos sentirnos llamados a la reflexión y a la acción. El gobierno debe mejorar la capacidad de las fuerzas de seguridad, de modo que la población se sienta realmente protegida, y no debe descansar hasta dar con el paradero de los responsables de estos hechos deleznables, para hacerlos pagar por ellos y lograr que reciban el castigo que disuada a otros de realizar acciones similares.
Si se parte del hecho de que, en el caso de esta masacre en Tegucigalpa, las víctimas fueron asesinadas dentro de un hotel, es natural que la ciudadanía no se sienta segura ni en la intimidad de su hogar, y la sensación de desprotección no solo se perciba en lugares públicos en los que, en teoría, debería correrse más riesgo.
Además de la puesta en marcha de nuevo del 911, en toda su capacidad de vigilancia y seguimiento por medio de sus cámaras de los autores de hechos delictivos, como se ha logrado en otros momentos, debe continuarse el proceso de profesionalización de la Policía Nacional, a la que debe dotarse de todos los recursos tecnológicos de los que hoy mundialmente se dispone.
Debe, también, aplicarse la ley sin contemplaciones. Cada vez que un delincuente es puesto en libertad, por una supuesta falta de pruebas o por defectos de procedimiento, las bandas y mafias se fortalecen. La impunidad es, tal vez, el aliciente más efectivo que reciben.
Claro, en medio de todo esto, hay en el fondo un claro debilitamiento del músculo moral de la sociedad. El irrespeto a la vida, la ambición desmedida que supera la valoración de los bienes materiales por encima de los seres humanos, la desintegración de los núcleos familiares, el abandono de los hijos, etc. tienen unas consecuencias evidentes, que no deben dejarnos indiferentes.
La vida humana es el valor social más importante. Los hondureños no debemos acostumbrarnos a que se acabe con ella como si careciera de la importancia y la trascendencia que le son propios.