Desde hace algunos años, ese fenómeno social conocido como “caravanas migrantes” ha ocurrido, uno tras otro, en Honduras y en el resto de los países del Triángulo Norte de Centroamérica, al que, además, se han sumado ciudadanos procedentes de Nicaragua, Haití y otras naciones de la región. Cientos, a veces miles, de hombres y mujeres de todas las edades han abandonado sus países de origen y han emprendido una odisea incierta en la que corren riesgos inimaginados, que incluyen extorsión, abusos físicos y psicológicos, desmembramiento y muerte. Algunos deciden regresar, frustrados ante el cansancio o las condiciones en que se desarrolla el tránsito por Guatemala, México o la frontera estadounidense; otros logran su cometido y logran llegar a ese sueño “dorado”, tal y como anhelaron aquellos europeos que hace siglos llegaron a estas tierras en busca de mejor fortuna. El final de ambas experiencias es bastante similar: unos cuantos logran hacer fortuna, mientras que la mayoría ve perpetuada su miseria ante nuevos paisajes. Pero, paralela a estas caravanas de migrantes, formadas, en su mayoría, por trabajadores manuales, hombres y mujeres del campo, o habitantes de zonas marginadas de las concentraciones urbanas, desde hace alrededor de una década se ha desarrollado otra que capta menos atención mediática, pero que está causando igual o mayor daño a estos países y, en particular, al nuestro. Se trata de una considerable migración de gente joven, la mayoría ya con estudios universitarios o con ellos en curso, que, en lugar de caminar o tomar transporte terrestre, toman un avión y se marchan con la idea de nunca más volver a Honduras, sino y solo para visitar a los que aquí se quedan. Estos muchachos y muchachas muchas veces son bilingües, tienen una buena formación humana y académica, por lo que con cierta facilidad se insertan laboral y socialmente en los Estados Unidos, en España, en Alemania, en Taiwán o donde ellos quieran. Con ellos se marchan considerables inversiones en educación realizadas por las propias familias o por el Estado hondureño, así como la esperanza de construir un país mejor con lo mejor de sus hijos. Esta otra caravana puede comprometer el desarrollo del país, o retardarlo notablemente, porque significa una especie de descapitalización intelectual, ya que causa, y la imagen es muy conocida, una verdadera fuga de cerebros. Lo más duro: esta caravana ha sido y continúa siendo patrocinada y estimulada por muchos padres de familia que, aunque resientan y les duela la separación de sus hijos, están dispuestos al sacrificio con tal de asegurar un mejor futuro para ellos, en tierras en las que hay más seguridad, mayor calidad de vida y, por supuesto, un mejor futuro para las siguientes generaciones.