28/03/2024
01:33 PM

Inocencia perdida

    En la literatura, en la cultura popular, en el imaginario de todos los pueblos del mundo, la niñez es sinónimo de candor, de sencillez, de candidez, de inocencia. De muchas maneras se concibe la infancia como una etapa incontaminada de la vida, ajena al dolor y al sufrimiento, y llena de fantasía, de sueños, sin miedo al porvenir. De ahí que resulte tremendamente escandaloso, chocante, cuando se ponen al descubierto situaciones en las que adultos inescrupulosos se han atrevido a profanar la integridad física, psicológica, moral o espiritual, de unas criaturas, hombres o mujeres, que se enfrentan con la desagradable realidad que aquellos que debían protegerlos se convirtieron en sus agresores, en sus verdugos.

    El abuso infantil es una plaga mundial. Hay una triste variedad de tipos de abuso: desde los niños soldados, que son reclutados y obligados a matar antes de llegar a la adolescencia, hasta aquellos que sufren en la intimidad del hogar todo tipo de vejaciones de parte de individuos de su propia familia.

    Lo trágico de estas situaciones es que, de alguna manera, infancia es destino. Es decir, quedan en la psiquis de los niños y las niñas que han padecido abuso, huellas muy difíciles de borrar, que condicionan las futuras relaciones humanas y afectivas y que generan resentimientos, desconfianza y miedo prácticamente a lo largo de toda la vida.

    Ante el abuso infantil es urgente trabajar en dos direcciones: primero que nada, prevenir los abusos. Es necesario que el Estado establezca y haga cumplir unas normas para el funcionamiento de centros de acogida para menores.

    Es indispensable que, más allá de la garantía de la satisfacción de unas necesidades materiales y educativas, se asegure la idoneidad de los mayores que estarán al cuidado de los menores.

    No basta que una iglesia o una entidad benefactora ofrezca esta importante ayuda social, sino que tenga plena conciencia de que las autoridades ejercerán una cercana labor supervisora y que intervendrá al menor síntoma de abuso.

    En el caso de los abusos que se dan en el seno familiar es urgente promover una cultura de denuncia y poner a la disposición unos canales efectivos que aseguren la protección de los menores.

    Y, luego, se debe ser implacables en la administración de la justicia en contra de los individuos que atenten contra la inocencia de nuestros niños, niñas y jóvenes. El abuso en contra de los inocentes es un delito atroz que debe ser castigado de manera ejemplar.