Y la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros; hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. (Juan 1, 14).
Esta es la síntesis teológica de la Navidad, de los acontecimientos ocurridos en Belén la ciudad de David, y que fielmente nos han sido transmitidos en los relatos de los cuatro evangelistas, cuya relación se ha ido enriqueciendo a través de los siglos con las expresiones culturales y artísticas de cada lugar, conservando la esencia: “Se hizo hombre y habitó entre nosotros”.
El mensaje eterno, aspiración permanente de la humanidad, es tarea secular inconclusa, pese a la claridad de su contenido y a las tragedias, personales y colectivas, de su olvido: ¡Paz en la tierra a los hombre de buena voluntad!
La felicidad que en estos días nos deseamos se ha convertido en un instrumento al que se le ha despojado de su espíritu, de manera que la fuente de la felicidad ha quedado restringida a palabras y a regalos materiales, en lugar de acercamientos personales, familiares para una mayor comprensión y mejor entendimiento entre todos para terminar con la violencia y trazar la ruta “hacia el pesebre”.
El odio y la ambición, generadoras de aterradoras guerras, ceden, muy brevemente el paso a la palabra, y por unas horas, aún en aquellos conflictos más violentos, se hace realidad el anhelo: “¡Paz en la tierra!”.
Es Navidad, temporada de nostalgia y recuerdo, que invita al fortalecimiento de los lazos del hogar y de la familia como en aquella unidad salvadora de hace más de veinte siglos en el pueblo de Belén.
Es Navidad porque se celebra la vida, el amor, misterio de Dios hecho hombre, fuente de paz arraigada en quienes escuchan y se conducen con la “buena noticia” del Maestro de Galilea.
En la sonrisa de un niño es Navidad, albergue de ilusiones y esperanzas sinceras en los anhelos cotidianos para derrotar el hambre, la enfermedad, la pobreza, el analfabetismo, la guerra y los odios.
En la mirada lejana y perdida del anciano también es Navidad a la espera de un amanecer en el que la juventud interior supla la debilidad física y el deterioro del organismo en el que se atesoran remembranzas de personas y acontecimientos, enriquecedoras de una vida peculiar a la que no se halaga porque “cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Es Navidad, LA PRENSA, con sinceros deseos y espíritu cristiano, se une a todos los hondureños para vivir sanamente las alegrías y esperanzas de estas celebraciones de fin de año, deseando que sobre nuestro país se escuchen también aquellas voces de los campos de Belén para que la paz y la convivencia armónica sean el reflejo sincero de la vida cristiana que la mayoría profesa. ¡Feliz Navidad!