19/03/2024
12:45 AM

Expulsados de
su propia patria

    En Siria, en Marruecos o en Honduras, el drama de los migrantes continúa siendo uno de los problemas sociales a los que no parece encontrarse solución y que más debería interpelar a la conciencia de gobernantes y gobernados.

    Las largas filas de hogares “temporales” que acogen a millones de refugiados sirios en Jordania o en el Líbano; los cadáveres de docenas de marroquíes muertos a manos de la policía, la semana recién pasada, para evitar que saltaran la valla que separa a África de Europa de manera tan singular; y la muerte de más de 50 personas, catorce hondureños entre ellas según autoridades mexicanas, aparentemente asfixiadas, en un contenedor descubierto hace un par de días cerca de San Antonio, Texas, son escenas que se repiten, una y otra vez en una serie tristemente infinita.

    De sobra se ha hablado sobre las causas de las migraciones masivas, tan recurrentes a lo largo de la historia: guerras, hambre, inseguridad, incertidumbre económica, deseos de una vida mejor, son algunas de las más notables. Si bien es cierto, el derecho a migrar es un derecho natural, también es cierto que este nunca debería darse por obligación. Es decir, todos los ciudadanos de este planeta deberíamos tener la posibilidad de trasladarnos voluntariamente de un país a otro, por las razones que fuere, pero nunca porque está en riesgo la vida misma y la permanencia en el lugar de origen ha dejado de ser posible.

    En ese caso estamos hablando de que los migrantes están siendo expulsados de su propia patria, desarraigados violentamente de la tierra que los vio nacer.

    En el caso centroamericano, las “caravanas migrantes” son un hecho muy particular. La larga travesía por tierra firme contrae peligros sin cuento, incluso, la muerte de los que se han ido en busca de un futuro mejor.

    Esta última tragedia, en la que más de 50 personas han sido encontradas en un contenedor, refleja los sufrimientos inimaginables que padecen los ilegales a manos de bandas de traficantes de personas que carecen de todo escrúpulo.

    Lo que está claro es que el mejor remedio para evitar la marcha obligada de hombres y mujeres de la región centroamericana, sobre todo de Nicaragua y de los países del triángulo norte, es la mejoría de las condiciones de vida en cada uno de estos países y de un cambio radical en el clima de inseguridad que reina en la zona.

    Mientras esas condiciones no mejoren, escenas dantescas como las de San Antonio, Texas, continuarán estremeciendo hasta a los más insensibles.