El proceso de deforestación en Honduras comenzó hace más de medio siglo. Durante ese período, la agricultura y la ganadería intensivas, el corte legal e ilegal de árboles maderables y el crecimiento de las concentraciones urbanas han despojado nuestro territorio casi del cincuenta por ciento de su cobertura vegetal. Las consecuencias están a la vista: desertificación, reducción de las fuentes de agua, cambio climático, vulnerabilidad, etc. Es cierto que también se han desarrollado proyectos de reforestación exitosos; pero no en la misma dimensión con que se ha llevado a cabo la tala y sobreexplotación forestal. Entre la acción humana y los fenómenos naturales, como es el caso de las plagas de gorgojo barrenador, la pérdida de territorios boscosos es notable para cualquier ciudadano que transite por nuestros caminos, carreteras y autopistas.
En días como hoy, las instituciones educativas en general y la familia, como la más importante de ellas, deben dedicar el tiempo que haga falta para desarrollar la conciencia conservacionista que hace falta para frenar el “ecocidio” al que nos enfrentamos. Porque el cuidado del bosque no es responsabilidad exclusiva del Estado, sino de toda la ciudadanía. Tanto la extinta Cohdefor como la actual entidad que vela por la conservación del bosque pueden hacer campañas o asegurarse de que se cumplan algunas políticas definidas para tal fin, pero si no se cuenta con la colaboración de la población, poco efecto tiene la acción de los mencionados organismos estatales.
Y, por supuesto, no se trata de prohibir que se corten árboles, ya que su madera tiene muchos usos necesarios para las personas y las comunidades; pero sí deben evitarse la quema irracional o la tala en el nacimiento de las fuentes de agua o en zonas declaradas parques nacionales o de reserva.
Por Honduras y por su futuro aprovechemos este día para reconocer la importancia del cuidado de nuestra casa común.