05/12/2025
01:37 PM

Descontento generalizado

    Sentimientos de frustración y alienación son cada vez más visibles y notorios entre las distintas clases sociales de la población hondureña. Protestas y movilizaciones en comunidades urbanas y rurales, sea por prolongados y frecuentes cortes de energía, por desabastecimiento continuo de agua, por pésimo estado de carreteras, por el no pago de subsidios, por el retiro definitivo del Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (Ciadi), sumando ya quince demandas interpuestas por empresas nacionales y extranjeras en contra del Estado por incumplimiento de contratos suscritos, por la paralización deliberada de sesiones ordinarias en el Congreso Nacional, por las crecientes escaladas de violencia y delincuencia, incluyendo masacres cada vez más frecuentes, ausencia de suficientes y adecuadas oportunidades laborales para jóvenes y adultos, con salarios que no logran cubrir las necesidades básicas.

    Este cúmulo de problemáticas, unas de carácter local, otras nacional, generan la percepción de que el actual gobierno es incapaz de canalizar y resolver satisfactoriamente demandas, una sensación de abandono gubernamental hacia las y los gobernados, con la convicción de que los altos cuadros burocráticos - que perciben salarios excesivos por sus montos -, tan solo están interesados en practicar el nepotismo, forjando redes familiares de poder e influencia, percibiendo el Estado como un botín a repartirse.

    Las condiciones de subsistencia de la población se deterioran crecientemente: con la cuarta posición, a nivel centroamericano, en menor esperanza de vida, las desigualdades socioeconómicas se profundizan, las posibilidades de mejoría colectiva cada vez más remotas, percibiendo el presente y futuro con óptica pesimista, reflejada en los éxodos migratorios, suicidios e intentos de suicidio, consumo de drogas, polarización política, ingobernabilidad ante la escalada del narcotráfico y la delincuencia, apoderada de barrios y regiones, expulsando a los moradores para cultivos de coca y marihuana.

    Hace décadas, inexorablemente, nuestra frágil y endeble democracia se transformó en cleptocracia, en un Estado capturado y prisionero de delincuentes de cuello blanco en alianzas con hampones de diversa laya.

    De trasfondo, la deuda interna y externa ha llegado a niveles impagables, oneroso legado que debe ser asumido por esta y las siguientes generaciones de hondureños (as).

    Es imperativo superar el actual estado de ánimo colectivo, justificadamente sombrío y pesimista, por otro que haga suyo el optimismo, el sí se puede.

    Para ello, el gobierno debe actuar con obras y ejemplo, abandonando promesas incumplidas, actuando de manera transparente y urgente.