Señalamos lo anterior porque han surgido voces de que el mensaje bíblico enseña el perdón, la comprensión y la benevolencia, y es cierto, pero hacer justicia no está condicionada a creencias, a ideologías y, muchos menos, a influencias y posiciones de poder, aunque con frecuencia da la impresión de que se levanta la venda, no es ciega, para echar un ojo a quien llega al tribunal. Pero eso es harina de otro costal.
“La corrupción es como esos pantanos chupadizos que vos pisás y querés salir, y das un paso y te vas más adentro, más adentro, más adentro, y te chupó. Es una ciénaga… Eso sí es la destrucción de la persona humana”, imagen de una situación “en carne viva”, plasmada en canciones, películas y comentarios para significar dolor, desolación, agonía, que vivimos aún los hondureños y la que tratamos de eliminar, pese a la gran oposición de los señalados, los por señalar, los requeridos y los condenados.
La lucha contra la corrupción, necesaria para la supervivencia de la mayoría de los hondureños, genera poderosísimas fuerzas de oposición y rostros angelicales que, como dicen en el pueblo, “nunca han roto un plato”. “Una podredumbre barnizada: esta es la vida del corrupto” que contrasta aquello de “perdón, setenta veces siete”. Nada extraño que religiosos serios, de confesiones distintas, hayan dado a lo largo de los años y sigan dando la voz de alerta, pues la acelerada expansión en nuestra sociedad ha llegado a cáncer casi a nivel de metástasis por lo que la cirugía alcanza niveles de alto riesgo en la identificación y extirpación de toda contaminación y sus focos.
Sin prisa, pero sin pausa es el lema para fundamentar sólidamente las causas ya que, desgraciadamente, pese a las evidencias aquello de asumir responsabilidades políticas o penales no entran en el ideario ético individual y colectivo.