Acaparando la verdad

Cuando un régimen, un partido político, una o unas personas intentan ser los dueños y únicos intérpretes de la verdad, se cae en el dogmatismo, reduccionismo, maniqueísmo y absolutismo ideológico, percibiendo la vida, el mundo, las relaciones sociopolíticas con lentes ahumados que distorsionan la realidad.

Lo cierto es que la verdad no tiene dueño (os), ni en términos filosóficos, políticos, históricos, estéticos. Está sujeta al cíclico revisionismo, en la medida que nuevas categorías, escalas de valores, pruebas documentales, testimonios, afloran, con lo que o bien se confirma lo hasta entonces sustentado, se amplía o se refuta parcial o totalmente, validando o ampliando las fronteras del conocimiento en proceso dialectico, ilimitado de péndulo y vaivén. El empleo del método inductivo constituye útil herramienta de análisis para alcanzar conclusiones tentativas.

Cuando la verdad se transforma en dogma que no puede ser cuestionado, so pena de ser calificado de hereje y, por tanto, merecedor de repudio, sanción, ostracismo, destierro, cárcel, muerte, a menos que públicamente se retracte y confiese su arrepentimiento. Aun con tal humillación, ha caída en desgracia ante los inquisidores, custodios de la verdad eterna, no lo perdonaran, rehabilitaran ni absolverán.

Una mirada retrospectiva al pasado ofrece múltiples ejemplos de estas disquisiciones editoriales, incluyendo los autos de fe previos a la condena en la hoguera bajo acusación de practicar la brujería, tal el caso de Juana de Arco, la masacre de protestantes en la noche de San Bartolomé en Francia, la ejecución del católico Thomas Moore en Inglaterra por negarse a abjurar de su religión, el fusilamiento de Francisco Morazán y Joaquín Rivera, en Costa Rica y Honduras por intentar restaurar la unidad centroamericana, el de Juan Pablo Wainwright en Guatemala por su credo socialista, periodistas encarcelados o expulsados de su patria: Paulino Valladares, Salatiel Rosales, Abel García Cálix, Ramón Amaya Amador marchándose al exilio luego de haberse prohibido la venta de sus novelas, confiscadas e incineradas, amenazado con cárcel.

Cuando el fanatismo ha reemplazado a la razón, conduciendo a la puesta en práctica de decisiones que pueden repercutir negativamente en el bien común y la colectividad, se ha caído en el totalitarismo, que teme, rechaza y condena al pensamiento crítico, a la disidencia, que desafían y cuestionan camisas de fuerza ideológica a riesgo de su existencia.

Todas y todos debemos defender la libertad de pensamiento tanto para nosotros como para las futuras generaciones si deseamos vivir en una sociedad pluralista, pacifica, en que podemos convivir en armonía, sin temor a represalias, con la libre circulación de ideas.

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