27/04/2024
01:26 PM

“Yo con olor a humo...”

Lisandro Prieto Femenía

En el año 2013 el Papa Francisco utilizó la metáfora alegórica del “olor a oveja” en el marco de un pedido explícito que le realizó a la curia de la Iglesia católica para que abandonen la postura conformista y monacal para acercarse más a la realidad de la gente. La analogía del olor puede resultar bastante sencilla y trivial, asimilable a las utilizadas en las parábolas bíblicas, pero nos resulta particularmente interesante por lo siguiente: la adquisición del “olor del otro” nos lleva indefectiblemente a un grado de cercanía extremo que trasciende ampliamente la banalidad de la empatía políticamente correcta, y toma real relevancia a un extremo de ser puramente física (y metafísica). ¿De quién tenemos olor, nosotros? De absolutamente todo ser con quien tenemos intimidad cotidiana: nuestros hijos, nuestras mascotas, nuestras parejas, nuestro hogar, etcétera. La solicitud del Papa a sus sacerdotes es un pedido de apostolado in situ con quienes necesitan realmente la presencia de los ministros de la fe en sus vidas. Ahora bien, para que Francisco llegue a solicitar tal cosa, es porque la distancia, la lejanía, la ausencia es tan abismal que se ha perdido hasta la última nota de aroma en el vínculo que jamás debió romperse.

Este no pretende ser un artículo evangélico, ni teológico, sino más bien político y filosófico, en tanto que así como el sacerdote en tanto que es pastor, ha perdido su contacto con su rebaño, en nuestros tiempos de posmo-deconstrucción permanente nos encontramos con la misma realidad presente en políticos que desconocen totalmente la realidad de sus ciudadanos, funcionarios públicos que no sirven a nadie más que a sí mismos, médicos que no curan, docentes que no enseñan, abogados que no defienden intereses que no sean suyos, padres y madres que no crían, fuerzas de seguridad que no cuidan a nadie, jueces que no imparten justicia verdadera, ciudadanos que no se sienten parte de su comunidad y se comportan como ermitaños incluso en el seno de sus propias familias.

La “pérdida de olor” no es otra cosa que la demostración del vaciamiento profundo de sentido, aquella tragedia por la cual las cosas no son lo que deberían ser, a pesar de seguirse llamando igual y ocupando el mismo lugar que antaño fue dignamente conseguido. Cuando se le quita todo valor y esencia al ser, a lo que uno es, lo que uno debería ser, solo queda la máscara, la carcasa resquebrajada que revela la hipocresía diletante de aparentar un rol con un rótulo al mismo tiempo que, en la práctica, se hace absolutamente todo lo contrario. Cuando algo no cumple la función para lo que fue creado, su sentido ha sido vaciado y la desidia pasa a ocupar un papel fundamental: un político que desconoce totalmente la realidad de las personas, que no comparte ni sus preocupaciones ni sus dichas, que no puede sentir un ápice de compasión y empatía, no tiene la menor chance de cuidar a nadie ni velar por el bienestar de nadie (y mucho menos, sacrificarse por nadie).

El “olor” se ha difuminado completamente en la distancia violenta que produce la lejanía engañosa y perseverante de la presencia en redes sociales. Un like, un compartir, un “me enoja”, un comentario jamás podrá asimilarse al hecho fundamental de estar donde se tiene que estar: la pérdida de cercanía nos ha llevado a perder completamente la humildad y, consecuentemente, la identificación con las personas a quienes decimos servir.

¿A quién le corresponde portar el olor de los que sufren? ¿A quién le corresponde hacerse presente? A todos, sin dudas. ¿Qué sentido tiene un ministro de economía que jamás administró algo más que su cuenta bancaria? ¿Qué sentido tiene un profesor al cual le da igual si sus alumnos comprenden sus enseñanzas? ¿Qué sentido tiene un doctor al cual le da fatiga elaborar un buen diagnóstico? ¿Qué sentido tiene un padre o una madre que desatiende a un hijo? ¿Qué sentido tiene un juez que no imparte justicia? ¿Qué sentido tiene un policía que no brinda seguridad pública? ¿Qué sentido tiene un legislador que no representa a absolutamente nadie de su pueblo en el Congreso de la Nación? Como verán, estimados lectores, la pérdida total del sentido lleva directamente a la sinrazón y a la desidia naturalizada que destruye todo a su paso bajo el silencioso aval de una sociedad que se ha acostumbrado a que nada sea lo que debe ser.

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