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¿Violencia? ¡No!

  • 10 noviembre 2021 /

Algunos pensadores creyeron que el motor de la historia era la violencia, que se podían lograr resultados fuera del sistema democrático y que el comportamiento colectivo estaba marcado por las experiencias del pasado exclusivamente.

Aunque los seres humanos somos idénticos; sin embargo, el comportamiento en la vida social es diferente de un país a otro. Pero no es cierto que la violencia sea el factor que mueve la historia, hablando de esta como participativa e igualitaria. En el caso de Honduras, -uno de los países más violentos-, no hemos visto resultados positivos hasta ahora. En el pasado, las revueltas sirvieron para calmar las “diferencias” entre caudillos. Uno derrotaba al otro. Y este se lamía las heridas para en la revancha recuperar el poder. Manuel y Policarpo Bonilla son ejemplos de esta metodología. Gautama Fonseca decía que entre 1821 y 1948 tuvimos 2.5 “revoluciones en el país y no nos han redituado nada positivo. Seguimos siendo la “provincia” más pobre de Centroamérica.

La democracia no ha sido suficientemente valorada. Incluso, muchos la rechazan. No aceptan la soberanía popular, el poder de la ciudadanía, la obediencia a las instituciones republicanas y, mucho menos, el respeto a la ley. Prefieren gobiernos fuertes, premio a sus arrojos, pago por sus obstinaciones y piñata por sus méritos incomparables. Por ello, aquí se ha confundido la patria con los gobernantes, el país con el gobierno. Y se ha trasformado la obligación del servicio público en una simple repartición de las canonjías que permite el aparato estatal. La corrupción que afecta todo el cuerpo social tiene su nido en la falta de una concepción democrática que nos obligue a todos al respeto de la ley, a la prelación de los objetivos colectivos sobre los personales, al fortalecimiento de la nación, pasando por encima de los partidos, las familias gobernantes –que son casi las mismas familias desde la independencia de España– y la rendición humilde de cuentas sobre los “mandados” ordenados por el pueblo. Solo hasta finales del siglo XX creamos una democracia –imperfecta, ingenua y parvularia, hay que reconocerlo– que ha sido la más duradera, herida en la espalda por las resacas continuistas de Manuel Zelaya y JOH. El primero invicto todavía. El otro, menguado y debilitado en sus pretensiones.

La idea conformista que los hondureños somos como somos y que nunca cambiaremos está basada en una lectura equivocada de Freud. Y en la falta de aprendizaje de quienes le han criticado durante muchos años. Un pueblo sin memoria no puede ser moldeado por los hechos dolorosos del pasado. Lo que explica el comportamiento del hondureño, es el tipo de ideas y pensamientos que maneja. Es aquí en donde está la madre del cordero y es la tarea para que las actitudes cambien. Si no se cambia lo que piensa el hondureño, las actitudes y comportamientos seguirán pesando como un lastre que nos impide lograr resultados significativos. El culto de la violencia está en el interior de las familias; la ofensa y la intolerancia en la calle, perfeccionándola. Ser moderados es muestra de cobardía. Y renunciar a la violencia para resolver las diferencias, indicación de falta de masculinidad. Estas ideas son equivocadas y hay que abandonarlas.

Los que no aceptan los resultados (autoritarismo antidemocrático) y convocan a la violencia antes y después del 28 de noviembre no hacen bien a Honduras, todo lo contrario.

Aquí más que la quijada del asno para matar al hermano, necesitamos la mano extendida, el abrazo fraterno y la disposición a trabajar todos, ordenadamente, bajo el imperio de la ley, en la construcción de Honduras, una tarea que no hemos cumplido. ¡Violencia no!

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