18/04/2024
01:53 AM

Una plática con García Márquez

  • 06 marzo 2023 /

Hurgando en un mueblecillo de madera, que mi hija Isis Aída dejó en un rincón de su alcoba cuando se marchó a hacer su vida matrimonial a Estados Unidos, encontré dos libros de Gabriel García Máquez que me había prestado mi amigo Jairo Tobón y yo creí haber devuelto. Uno es “Los cuentos de mi abuelo el coronel” artísticamente ilustrado, diagramado y encuadernado, cuyo contenido es la esencia que dio vida a “Cien años de soledad”.

El otro contiene las “Notas de prensa“ que el premio Nobel de Literatura escribió para el periódico El Espectador entre 1980 y 1984. Cuando los tuve en mis manos, después que Jairo me autorizó a quedarme con el último, sentí como si hubiese rescatado de la eternidad al autor para sentarme a platicar con él en el portal de la imaginación. Entre tantas cosas inverosímiles que me contó, a través de sus notas periodísticas, está la relacionada con la “telepatía sin hilos” referente a los mensajes que pueden transmitirse a través de la mente y que él pudo experimentar. Fue cierta noche que invitó a un amigo a una cena familiar y le pidió por teléfono que al salir le comprara una botella de vino de una marca que no era usual, y un salchichón. Luego su esposa Mercedes le recordó que no había jabón para lavar platos, pero cuando Gabo llamó de nuevo al amigo, para hacerle este otro encargo, ya había salido de casa. “Sin embargo, en el momento de colgar el teléfono, tuve la impresión nítida de que, por un prodigio imposible de explicar, mi amigo había recibido el mensaje”. Poco después, el invitado y su esposa, llegaron con las cosas que el escritor les había pedido, “inclusive el jabón de la misma marca que usábamos en la casa”.

Recordó el caso de su abuela que murió casi a los cien años sin haber ganado la lotería. “Se había quedado ciega y en los últimos tiempos desvariaba de tal modo que era imposible seguir el curso de su razón”. Se negaba a desvestirse para dormir mientras la radio estuviera encendida, pues creía que el locutor estaba dentro de la casa. “Nunca pudo creer en una máquina diabólica que permitía oír a alguien que estaba hablando en otra ciudad distante”.

Degusté el relato sobre el día que voló de París a Nueva York sentado a la par de una bella francesa que se durmió durante todo el viaje sin haber cruzado una sola palabra con él. “Viví esa experiencia junto a la bella durmiente del avión, pero no me alegro. Lo único que yo deseaba en la última hora del vuelo era que el oficial la despertara para recobrar mi libertad, y tal vez hasta mi juventud”.