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¿Cómo dialogamos?

  • Actualizado: 22 julio 2018 /

Elisa Pineda

La búsqueda de soluciones a los grandes problemas de la vida nacional pasa por el diálogo. Hemos escuchado esto una y otra vez. Todos hablamos de la urgente necesidad del diálogo, pero en este país tan fragmentado resulta que nuestra capacidad para lograrlo parece muy reducida.

Para dialogar productivamente es indispensable escuchar no solamente las versiones y motivos de quienes comparten nuestra misma perspectiva de la historia, sino fundamentalmente a aquellos que tienen una versión totalmente opuesta, para comprender sus motivaciones y de esta forma lograr una visión más amplia e integradora.

El reconocimiento de las partes involucradas como interlocutores válidos que merecen ser escuchados y respetados es el primer paso. Eso implica una dosis de humildad, una característica que disminuye cuando nos encontramos en “el salón de los espejos”, utilizando la frase acuñada por el reconocido comunicólogo Ítalo Pizzolante.

Esa idea, que describe el escenario en redes sociales en la que nos rodeamos virtualmente de aquellos que piensan como nosotros, dándonos la visión ficticia de homogeneidad de opiniones, muchas veces también se traslada al mundo real.

Escuchar repetidamente la misma versión de un tema, desde una sola perspectiva ofrece una visión sesgada de casi cualquier asunto y eso es un error peligroso.

Hace pocos días leí en redes sociales una frase ingeniosa que resume esa necesidad de contrastar versiones: “El lobo siempre será malo si solo escuchamos a Caperucita”. Y es que escuchar y comprender van de la mano, por difícil que sea, por antagónicos que resulten los participantes del diálogo y sus posturas.

Más allá del juego mediático, de las demostraciones de poder y de las medidas de presión, lo que se juega es la estabilidad de un país entero.

Por supuesto, me refiero al diálogo sobre el caso del transporte que será retomado este día, pero no solamente a ese, sino a otro que tenemos pendiente y que reviste una mayor complejidad por la multiplicidad de actores y de temas sensibles.

Hay que reconocer que están muy frescas las heridas recientes de un proceso electoral oscuro, esa sola característica ya debería hacer que todos los participantes actúen con una dosis fuerte de humildad y mesura, sabiendo que puede estar en juego mucho más de lo que está en la mesa de negociación.

Los últimos escándalos de corrupción poco contribuyen a crear el ambiente propicio para el diálogo. Los ánimos de la población están encendidos por la corrupción desbordante y la falta de acción más allá de la exposición mediática.

Lamentablemente, la suspensión de la visa estadounidense parece que sigue siendo la pena máxima aplicable a los corruptos.

La transparencia y la rendición de cuentas en el uso de los fondos públicos es una necesitad cada vez más urgente, incluso crece exponencialmente en la medida en que salen a la luz pública más situaciones que quedan impunes.

Mientras la población no perciba mejoras sustanciales en su calidad de vida, difícilmente habrá un respaldo a las medidas fiscales, eso hay que admitirlo. También hay que admitir que la baja calidad de los servicios de transporte público no contribuye a ganarse el apoyo popular.

La gente utiliza la red de transporte público porque no queda de otra. Reconocer esas debilidades y esas características que merman la simpatía popular, aunque los argumentos de ambas partes incluyan un deseo –al menos expresado- de buscar el bienestar de la población, debe ser condición suficiente para poner los pies sobre el suelo, buscar soluciones concretas y no jugar con fuego. El país requiere soluciones, no más problemas.