04/12/2025
01:32 PM

Ser coherentes

Roger Martínez

Hay adjetivos, epítetos, que a nadie le gusta que le endilguen, y uno de los más adversados es el de hipócrita. Aunque la mayoría de las personas sabe que el término tiene origen en el teatro griego y que hacía referencia a los actores que representaban distintos caracteres y personajes sobre el escenario, se ha considerado y se sigue considerando un insulto, porque es sinónimo de doblez, de incoherencia, de desconexión entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace, y, por lo mismo, de hombres y mujeres que no son dignos de confianza, porque esconden sus verdaderas motivaciones e intenciones.

Hace algunas semanas escribí sobre la importancia de la sinceridad para la convivencia social armónica, y entonces señalaba que la peor consecuencia de la falta de sinceridad es la desconfianza que genera. Y es que si en una comunidad humana desaparece la confianza la convivencia se torna imposible. Dudar permanentemente de lo que dicen los demás; navegar siempre sobre el mar de la sospecha, termina por convertirse en una tortura y nos hace preferir la soledad. Y la soledad no es lo propio de un ser humano psíquica o socialmente sano.

La falta de coherencia, de transparencia, de sinceridad, desemboca en la desaparición del valor que nuclea los valores morales y que se llama integridad. La incoherencia, la mentira, la doble vida, la alternancia de máscaras, dinamita la integridad; provoca que aparezcan fisuras, que se anule la solidez de la conducta, hasta llegar al desmoronamiento ético.

Cuando la conducta de una persona denota falta de coherencia; cuando se vuelve evidente que un hombre o una mujer son una especie de “veleta moral”, que se mueven hacia donde sople el viento que más y mejor les favorece, se derrumba el respeto que se había podido tener por él o por ella, desaparece, repito la confianza, y se acaba la credibilidad.

La coherencia exige ejercicio de varias virtudes humanas dentro de las que sobresalen: el respeto, porque la hipocresía lleva al engaño, e intentar engañar a otro es una tremenda falta de respeto. De modo que debemos dar la batalla por respetar a los demás. La veracidad, porque el amor por la verdad nos lleva a ser transparentes, diáfanos, a huir del doble discurso y a crecer en solidez ética. Y, entre muchas otras que dejaré esta vez por fuera: la fortaleza, porque para ser coherente hay que ser fuerte, hay que tener carácter, músculo ético, saber dar la cara, aunque cueste, aunque nos provoque algún sufrimiento.