La Sagrada Escritura nos ofrece numerosos pasajes que resaltan la importancia de cultivar la virtud de la solidaridad y el amor hacia el prójimo. Uno de los versículos más emblemáticos es el del Evangelio de San Mateo 25,40: “Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Este pasaje nos recuerda que cada acto de bondad y ayuda hacia los demás es un acto directo de amor hacia Dios. La solidaridad, entonces, no es solo una acción humana, sino una expresión divina de amor y compasión. El papa Francisco ha sido un ferviente defensor de la solidaridad. En su encíclica “Fratelli Tutti”, subraya la importancia de la fraternidad y la amistad social como pilares para construir una sociedad justa y equitativa. El santo Padre nos invita a “redescubrir la necesidad de la solidaridad” y a “promover una cultura de encuentro”. En sus palabras, “La solidaridad se expresa concretamente en el servicio que puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás.” (Cfr. FT 115) Para el Papa, la solidaridad no es una vaga compasión o un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos. Por eso ser solidario es una llamada a la acción concreta y cotidiana. No basta con sentir compasión por los que sufren; debemos actuar para aliviar su sufrimiento. Esto puede manifestarse de diversas formas: desde el voluntariado en organizaciones locales, el compromiso con la pastoral social de nuestra parroquia, hasta el simple acto de ayudar a un vecino en necesidad. En nuestro entorno, podemos practicar la solidaridad ofreciendo nuestro tiempo, recursos y habilidades para el bienestar de los hermanos. En estos tiempos difíciles, muchos son los que están pasando situaciones duras de necesidad, aunque exteriormente aun no lo manifiesten. Por ello hemos de tener una mirada compasiva y un corazón siempre dispuesto a ayudar para saber identificar estas circunstancias que por lo general humillan y hacen sentir mal a quienes la sufren. Debemos buscar formas permanentes de solidaridad. Un ejemplo práctico puede ser organizar una colecta de alimentos en nuestra comunidad parroquial para las personas que están pasando por dificultades. También podemos fomentar espacios de diálogo y escucha activa donde cada persona se sienta valorada y apoyada. La solidaridad no es un acto grandioso, sino una suma de pequeñas acciones que transforman nuestra sociedad. Y hemos de luchar porque se convierta en un imperativo moral y espiritual, que nos conecte con nuestra humanidad y con el amor divino. Ojalá que inspirados por la palabra de Dios y las enseñanzas del papa Francisco, nos sintamos llamados a construir un mundo más justo y fraterno a través de nuestras acciones diarias. Recordando que cada gesto de solidaridad no solo beneficia a los demás, sino que también nos acerca más a Dios y aporta a nuestra propia santificación.