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Saber meter el corazón

  • 08 febrero 2022 /

En relación con el corazón, a lo largo de la historia, se han dicho muchas cosas. Sobre todo, la literatura ha sacado mucho provecho de ese órgano que no solo se ha concebido como la bomba que hace circular la sangre por nuestro cuerpo entero, sino, y sobre todo, como el lugar en el que residen los sentimientos, buenos y malos, y que da origen a emociones y pasiones. También, desde hace siglos, se ha difundido una imagen, que algo tiene que ver con la forma de la víscera, aunque más estilizada, y que, en estos días previos a San Valentín, nos topamos con frecuencia, sobre todo en los comercios, y que se nos ofrece, incluso, convertida en galleta o en chocolate.

Lo cierto es que esa idea de que hay que saber meter el corazón en todo aquello que hagamos o emprendamos, tiene sentido. Sobre todo, si entendemos esa idea como el ponerle ganas, ponerle emoción, sentimiento y pasión a todo lo que tengamos entre manos. Porque sacar adelante un proyecto, personal, familiar, laboral o social, a pura voluntad, por más empeño que le pongamos, al final, no lo disfrutaremos tanto, no gozaremos en su realización. Y los seres humanos no solemos comportarnos como las máquinas, poseemos un componente afectivo que nos exige acompañar el cumplimiento del deber con la obtención de un mínimo de placer.

En las relaciones conyugales, y en la vida familiar, en general, es indispensable saber meter el corazón. Por muy flemático que uno sea, debe ser capaz de mostrar a la pareja o a los hijos, y al resto de aquellos con los que compartimos vínculos de sangre o los llamados políticos, alegrías por sus pequeños o grandes triunfos, satisfacción por sus logros, gusto por el siempre hecho de que existan, de que formen parte de nuestra existencia.

En el trabajo; en la oficina, en el aula, en la fábrica, en el taller, en el comercio, etc., sin duda, también hay que saber meter el corazón.

Primero, porque ordinariamente, tenemos colegas, compañeros, que no pueden verse como piezas de una maquinaria productiva, sino como personas que gozan o padecen igual que nosotros, y que muchas veces necesitarán una sonrisa, una palmadita en la espalda, una actitud comprensiva y paciente. Además, independientemente de la labor a la que nos dediquemos, a la tarea misma hay ponerle pasión, hay que meterle ganas. O terminaremos por hartarnos de ella porque se convertirá en una cámara de tortura, en lugar de ser un espacio pleno de satisfacciones.

Y, finalmente, hace falta meterle el corazón a la vida ciudadana. Que en eso consiste la virtud de patriotismo, que no es nada menos que el amor de predilección por la tierra que nos vio nacer o que nos provee el sustento. Así son las cosas.