20/09/2024
06:44 PM

Saber dejar huella

Roger Martínez

A raíz de una dolencia contra la que he estado batallando en los últimos tres años, en más de una ocasión me he preguntado cómo quiero ser recordado el día en que me toque hacer el tránsito que todos tendremos que hacer algún día.

He pensado que, aunque parece que cuando uno se muere los demás solo recuerdan lo bueno, es necesario poner unos medios para que, por lo menos, cuando se acuerden de uno no saquen a pasear de mala manera a la progenitora, nos comparen con un cabro grande o escupan sobre nuestra tumba. Y, aunque siempre habrá gente que no nos recuerde con agrado, que, por lo menos, no sea la mayoría. Y es que en la vida hay muchas maneras de dejar huella. Habrá quienes dejen una más bien viscosa, repugnante, como la que dejan las sanguijuelas, y otros que dejen una más o menos luminosa, capaz de inspirar a otros o, al menos, medianamente imitable.

Para dejar una huella positiva en la vida, para no haber venido al mundo a ocupar un espacio o respirar un aire que, a lo mejor, otro habría aprovechado mejor, estoy convencido de que hay que tener en cuenta al menos dos cosas. La primera: saber querer a la gente. Sí, querer a la gente, por encima de sus defectos, de sus naturales miserias, de sus vicios y de sus errores. Para eso debemos evitar erigirnos en jueces de los demás y enfocarnos más en sus virtudes que en sus vicios, más en sus cualidades, que todos las tenemos, que en sus defectos, en los que todos solemos abundar. Si sabemos querer a los demás, siempre encontraremos un aspecto que los vuelva amables, queribles, valorables. No existe nadie que sea químicamente pura maldad ni químicamente pura bondad. De modo que siempre podremos encontrar en todos un rasgo, un aspecto, que los haga merecedores de nuestro cariño.

Lo segundo, consiste en saber servir a los que nos rodean o a los que nos encontramos en la vida eventual o fortuitamente. Pocas cosas son tan inolvidables como la percepción de que alguien se preocupa por uno, que uno no está solo en este mundo, que le importa a alguien. Yo, por lo menos, poseo una larga retahíla de recuerdos imponentemente agradables de personas, amigos y conocidos, que se han puesto a mi lado en el camino de la vida, cuando menos lo esperaba y más lo necesitaba. Primero, mi esposa, claro, luego, un dilatado elenco de hombres y mujeres que han logrado que mi vida, aunque no fácil, haya sido más que llevadera.

Y no se trata de pretender el paso a la posteridad entre el selecto grupo de los ilustres, pero sí de hacer méritos para haber hecho algo útil a nuestro paso por este mundo.