18/04/2024
01:53 AM

Riesgos en una sociedad estresada

Renán Martínez

Cuando el avión Concorde voló sobre suelo hondureño rompiendo la barrera del sonido, mi padre, Juan Antonio Martínez, quien residía en Villanueva, ya había comenzado su declive en la vida afectado por el mal de Parkinson y la incapacidad para movilizar completamente una de sus piernas a causa de una fractura de cadera mal operada. No obstante, no perdió su entusiasmo de vivir ni su buen sentido del humor que usaba, a veces, para encubrir sus dolencias y hasta para reírse de las mismas. Un día después de aquel estruendo provocado por el avión supersónico, sin que nadie hasta ese momento supiera de qué se trataba, llegó a visitarlo mi primo Rafael Martínez. Como el tema del Concorde era lo del momento, lo primero que le preguntó mi primo fue, si había escuchado aquella extraña explosión. “Claro hijo, no ves cómo estoy temblando todavía”, contestó mi padre con una sonrisa maliciosa mientras mostraba sus manos agitadas por la enfermedad de Parkinson. Ese sentido del buen humor hacía menos penosas las dolencias y a lo mejor hasta alargó su vida. “Si tu mal tiene remedio de qué te afliges y si no lo tiene, también de qué te afliges”, solía aconsejar cuando oía quejarse a alguien por cualquiera de esos problemas que no faltan en la vida. En estos tiempos modernos, aparte de los nuevos problemas de salud, estresan a nuestra sociedad otros males que no existían en tiempos pretéritos como la creciente ola delictiva, la carestía de la vida, el desempleo y males que nos afectan indirectamente, tal es el caso de la corrupción y las malas decisiones de los gobernantes. Toda esta mixtura de preocupaciones nos está convirtiendo en una colectividad de individuos tensos, quienes, lejos de sonreír a la vida, se sulfuran hasta por cosas triviales y la emprenden contra quienes nada tienen que ver con sus frustraciones. El problema agregado es que a veces nosotros nos dejamos contaminar por esos enojos ajenos y terminamos también amargados. Lo recomendable es no permitir que nadie nos arruine el día con su actitud hostil solamente porque a él o ella le está yendo mal y quiere desquitarse con el primero que encuentre a su paso. Desarme a esa gente insolente con una sonrisa, palabras agradables o simplemente trate de ignorarla, pero no le responda con su misma iracundia porque terminará diciendo como muchos: “Ya me amargó el día esta persona”. Los malhumorados están en todas partes, pueden ser amigos, compañeros, familiares o extraños. El conductor que va abriéndose paso con su bocina estridente, profiriendo insultos hasta contra los semáforos en rojo, porque salió tarde rumbo a su trabajo o a un compromiso, es persona de cuidado.

En definitiva, es mejor ser feliz que perder el tiempo en disputas estériles y a veces peligrosas, para no agravar el estrés.