Lo que sucede, entonces, es esto: se está examinando todo y reteniendo todo, y se está probando todo como si todo fuera de provecho o constructivo, lo cual abre la puerta para que lo malo y lo que no es beneficioso se disimulen, dándose apariencia de otra cosa o de una que pueda engañar a aquellos que no se fijaron que la puerta estaba abierta.
Pero todavía hay algo más exorbitante que vale la pena mencionar. El apóstol Pablo, hablando de forma similar al segundo versículo antes citado, hace una relación entre las cosas que no son de provecho con el dominio que esto puede llegar a tener en la vida del que le dé lugar: “todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar por ninguna” (1 Corintios 6:12).
La idea es que uno no debería practicar algo, aun moralmente neutral en sí mismo, si esto desmantela o compromete el autocontrol.
En los días de Pablo, muchos usaban estas expresiones (“todo está permitido”, “todo es lícito”) para disculpar su floja tolerancia de las violaciones de la ley moral o para justificar su debilidad en la práctica de la ley de pureza de Dios (es decir, se autoengañaban).
¿Acaso no es esto mismo lo que está ocurriendo hoy en día? Por eso el consejo es: retengamos lo bueno, practiquemos lo que es provechoso, no le demos el control de nuestra vida a nada, excepto a Dios. Seamos cristianos o no, estas palabras buscan el bienestar de aquellos que las reciban voluntariamente, nunca lo contrario.