Durante muchos años (me temo que más de 50), pretexto tras otro, pospuse releer a Verne y otros autores.
Allá, en la lejana niñez y adolescencia, sin dinero para comprar libros, de cualquier manera me las agencié para leer todas sus obras, que llenaron mi mente de sueños.
Viajes increíbles, portentosos inventos y aventureros cuyo sentido del honor y el deber me hace pensar que pertenecían a una estirpe que existió solo en el idealismo del autor; digo esto conociendo al hombre como lo conozco ahora.
Ocupado por sobrevivir el tráfago diario y desde luego devorando otra clase de lecturas (también interesantes e importantes) dejé rezagado a Verne, prometiéndome siempre –algún día- volver a algunas de sus más importantes obras.
Es día llegó y juro que me arrepiento de no haberlo hecho antes. He logrado durante estas vacaciones lo que siempre he soñado, viajar en el tiempo, regresar a la época juvenil, apartar de mi mente –como si no hubieran existido nunca- todos esos años que me condujeron de la adolescencia a la madurez.
Equipado con mi moderno “Kindle” y todos sus recursos, bajé en instantes – y gratis- algunos de los libros que antes me habían sido casi imposibles de obtener y los arremetí con toda energía, sabiendo que quizá nunca más tendré el tiempo o la oportunidad de volver a leerlos, disfrutando a toda velocidad de aquellas palabras escritas por Verne hace más de ciento y pico de años.
Inicié con “La vuelta al mundo en 80 días” y acompañé al flemático Phileas Fogg, su fiel y atolondrado ayudante Paspartú y al implacable detective Fig,
Qué fascinante visitar de nuevo aquellos lugares (los cuales he tenido la fortuna de conocer en persona a lo largo de los años) pero transportada mi mente al pasado y época de la novela.
Tome usted los misterios de la India actual y réstele televisión, cine e Internet. Vuelva a la India de costumbres ancestrales, de la secta secreta de estranguladores Thugs y acompañe a Fogg a salvar una princesa. Viaje en elefante, vapor y ferrocarril, no vuelva a ver hacia arriba, pues no encontrará ningún avión.
Ese es el territorio de Verne, el de aventuras en medio de un conocimiento geográfico aún no superado por ningún autor o la realidad.
Cierto que algunos países han cambiado sus nombres al igual que sus fronteras y quizá una que otra de sus costumbres; pero la esencia de las naciones difícilmente puede ser borrada por el tiempo.
Más adelante el Nautilius me llevó de nuevo al fondo de los mares, a conocer sus secretos, peligros y tesoros. De pie, junto al enigmático e impasible Nemo, luchando contra calamares gigantes y descubriendo una enorme caverna que, bajo agua, comunica el Mar Rojo con el Mediterráneo.
Viajé otra vez con el Nautilius, equipado ahora con un detallado Mapamundi que me permitió seguir su ruta paso a paso mientras leía, comprendiendo mejor no solo el genio creativo de Verne, pero también sus extraordinarios conocimientos de biología marina, oceanografía y hasta de las diferentes razas y culturas de los lugares por donde le llevaba su prodigioso submarino.
Después de releer esos dos libros y ojear otro par tengo que abusar de su paciencia para hacerle algunas recomendaciones: 1) Si no ha leído a Verne… hágalo cuanto antes. Deje de lado la televisión, la música y hasta el fútbol; lea a Verne. 2) Si ya lo hizo, no deje pasar tanto tiempo como yo, vuelva a leerlo. Vaya a la época luminosa cuando no necesitábamos actores ni efectos especiales para que nuestro corazón latiera a toda velocidad y viéramos con nuestra mente imágenes de aventuras fabulosas.
Le garantizo que usted también viajará en el tiempo, a la maravillosa juventud a la que tanto soñamos con volver.