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Querido Evaristo

  • 23 mayo 2023 /

En el barrio La Ronda de Tegucigalpa acudíamos quienes pergeñábamos textos en papel para ver nuestras producciones en letra impresa. Se trataba de la Litografía López, imprenta que Evaristo había heredado de su padre, quien le envió a Alemania para que se capacitara, sobre todo en el manejo de las máquinas Heidelberg. En Europa, Evaristo no solo aprendió las minucias de la impresión sino que también se aficionó a la fotografía y a la música, sobre todo a la de los grandes maestros relacionados con la cultura alemana: Mozart, Beethoven, Wagner, Richard Strauss y, sobre todo, Gustav Mahler. Regresó a Tegucigalpa con muchos discos, en ese entonces eran de vinilo y por su tamaño se conocían como long play, y también traía consigo cámaras fotográficas con todos sus aditamentos: flashes, lentes, película de alta sensibilidad y muchísimos instrumentos para practicar la daguerrotipia. Era frecuente encontrarle en las calles de Tegucigalpa, cámara al hombro, recogiendo las imágenes de los sitios más emblemáticos de la ciudad, muchos de ellos ya destruidos por la ignorancia de los alcaldes. Así forjó una valiosa colección de fotografías de la ciudad que en parte fueron utilizadas por Óscar Acosta en sus libros sobre la ciudad. Cómo a la imprenta también llegaban, lo dije arriba, muchos intelectuales en busca de imprimir sus textos, Evaristo aprovechó para realizar una valiosa colección de fotografías de nuestros más ilustres escritores de la época, fotografías logradas con una extraordinaria profesionalidad. Recién iniciado mi trabajo como maestro de Neuroanatomía en la Facultad de Ciencias Médicas, me propuse escribir un libro sobre la materia para subsanar la dificultad que representaba en texto tradicional de Ramson Clark. Además, mi texto se complementaba con la historia filogenética y ontogénica del desarrollo evolutivo y del desarrollo embrionario del sistema nervioso humano. Longino Becerra me ayudó y me llevó a una imprenta que se localizaba en La Granja y ahí comenzó a levantarse el texto con una máquina IBM especial que transcribía el texto al papel y que se corregía sustituyendo mediante el pegado de los renglones o palabras que presentaban errores de transcripción. El libro llegó a nivel de diagramación con dibujos a tinta china que realizó un joven que se llamaba Carlos Aguilar y que falleció pocas semanas después en un accidente de motocicleta.

En esos días había conocido a otro extraordinario personaje, el chileno Edmundo Lobo, también experto en fotografía, en dibujo y en diagramación. Él me dijo ve a donde Evaristo para que te haga el libro. Te cobrará razonablemente y le pagarás como puedas. Edmundo me acompañó y Evaristo revisó el libro y me dio un presupuesto. Solo faltaba diseñar la cubierta y esa tarea la hizo Edmundo con una adaptación de una imagen de Ramón y Cajal de sus interpretaciones de la histología del Sistema Nervioso Humano. El libro se editó en dos tomos y fue de gran utilidad para los estudiantes de medicina y de odontología. Fue entonces cuando comenzó mi amistad inquebrantable con Evaristo a quien visitaba con mucha frecuencia en su imprenta por dos razones: para oír sus discos y conversar sobre los grandes maestros de la música y para intercambiar discos, también (no puedo olvidar las versiones de la música masónica de Mozart o las sinfonías de Malher o las versiones de los conciertos de Beethoven y de sus sinfonías); para compartir con él y otros intelectuales que frecuentaban la imprenta en busca de imprimir sus libros porque en la Litografía López los libros se hacían con exquisitez. Ahí también compartí la amistad con otro amigo entrañable de Evaristo: Ezequiel Padilla Ayestas, quien recibió todo el respaldo de Evaristo, incluido un libro sobre la obra del pintor en donde incluyó un trabajo mío y otro libro sobre el pintor que hizo después de la muerte de Ezequiel, mientras funcionó como director de la Editorial Universitaria de la Unah. Posteriormente hizo mi libro de Laboratorio de Histología, también con carátula y diagramación de Edmundo Lobo y una colección de minilibros con cuentos clásicos de la literatura latinoamericana, entre ellos el exquisito “Canek” de Ermilo Abreu Gómez. No podía terminar bien la imprenta en donde muchos imprimían, pero no siempre podían pagar. Pero Evaristo siempre estuvo orgulloso de su trabajo, de su solidaridad con los intelectuales que, generalmente, nunca han tenido respaldo alguno de los gobiernos nacionales. Es un aporte del que Honduras siempre deberá estar agradecida.

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