08/10/2024
08:07 AM

Propósito y satisfacción

Salomón Melgares Jr.

“Puedo terminar este libro diciendo que ya todo está dicho –escribe el autor de Eclesiastés–. Todo lo que debemos hacer es alabar a Dios y obedecerlo. Un día, Dios nos llamará a cuentas por todo lo que hayamos hecho, tanto lo bueno como lo malo, aunque creamos que nadie nos vio hacerlo” (12:13-14, TLA).

Como ya se ha dicho, estos versículos son la conclusión de un capítulo aleccionador en el que la vejez se mira con una lente inquebrantable. Asimismo, son la conclusión del libro en general.

Un libro en el que, tanto al inicio como al final, el autor reconoce que “nada tiene sentido” y que “todo es como una ilusión” o “vanidad” (1:2, 12:8). La mayor parte de sus doce capítulos examinan la inutilidad de todo lo que hacemos para tratar de encontrar significado y propósito.

Sin embargo, tras una mirada más atenta, vemos que el autor sí encuentra significado para la vida. Por eso escribió: “Todo lo que debemos hacer es alabar a Dios y obedecerlo” (v. 13).

La Nueva Versión Internacional de la Biblia plantea este hallazgo de forma más concisa: “Teme a Dios y cumple sus mandamientos”. ¿Por qué? “Porque Dios evaluará toda obra, buena o mala, incluidas las hechas en secreto”. Tenga en cuenta, querido lector, que el autor está escribiendo desde la perspectiva de esta vida nada más. Solo cuando reconoce la trascendencia de la vida, es decir, la vida eterna con Dios, es que encuentra propósito y, en última instancia, satisfacción.

¿A qué conclusión llegamos? Que este acierto debería llevarnos a Dios. La falta de sentido nos debería liberar, en otras palabras, de la carga de esforzarnos más allá de nuestras capacidades y motivarnos a depender del poder y acción divinos.

Parafraseando a un autor: darse cuenta de que nada tiene sentido no es pecado, pero utilizar esto como excusa sí lo es. ¿Estamos dispuestos, entonces, a aceptar el propósito para nuestra vida y encontrar en el proceso la satisfacción?