01/04/2025
12:25 AM

Pasión por enseñar

Roger Martínez

Todos los oficios, todas las profesiones, tienen sus desafíos. Siempre hay actividades o áreas del conocimiento que se nos dificultan o que nos resultan enojosas o cansinas. Sin embargo, cuando algo nos apasiona, esta misma pasión nos lleva a superar los obstáculos, a vencer el cansancio o la pereza, a asumir la tarea con ilusión.

Para ser médico, ebanista, ingeniero o fontanero, y disfrutar lo que se hace, de modo que contribuya a la felicidad personal, es obligatoria, en primer lugar, una preparación previa. Un ejercicio profesional gratificante solo es posible si se han pasado muchas horas con los codos sobre los libros, ahora con los ojos puestos en las pantallas, o si se ha llevado a cabo una actividad una y otra vez hasta que se logra eso que es tan importante y que se llama experiencia.

Pero, además de esos estudios o de la experiencia adquirida es indispensable que se ponga interés, ganas, entusiasmo en lo que se hace. Fácil se da uno cuenta cuando alguien desarrolla una labor por puro compromiso, o solo por tener como ganarse el bocado. Se nota en el trato con los demás, en la forma de atender a los requerimientos de un cliente, de un paciente, de un alumno. Hay quienes pasan la vida entera ocupados en tareas que parecen molestarles y que van al sitio en las que las llevan a cabo como si fueran al patíbulo.

Y si eso es triste, desafortunado, para un médico, para un obrero de la construcción, para un abogado, para un conductor, lo es peor para aquel o aquella que haya decidido dedicarse a la docencia.

Un maestro, un profesor, un catedrático, no importa el nivel educativo en el que se desempeñe, debe tener pasión no solo por la ciencia que le toca enseñar sino, y, sobre todo, por las personas con las que debe compartir sus conocimientos. Hoy se habla poco de vocación, pero no me cabe la menor duda que, para dedicarse a enseñar, tenemos que estar enamorados de lo que hacemos o terminaremos por vivir frustrados y haciendo infelices a aquellos que se nos han confiado. La falta de empatía, la arrogancia, la actitud distante, no empatan con la docencia. Para que los alumnos aprendan y descubran la importancia de aprender, hace falta cercanía, cariño, miradas comprensivas y cómplices, calor humano.

Es común escuchar como un buen profesor ha hecho que alguien se decante por determinada profesión, y que uno malo lo haya ahuyentado de algo que pudo haberle interesado. Y la diferencia entre uno y otro es la pasión, o falta de ella, puesta por el que debía haber transmitido interés, gusto, ilusión, por lo que enseña.