Claramente, el panorama para cualquiera que se aventure a participar en el ruedo político, con aspiraciones presidenciales, es difícil por la situación de profunda desconfianza por la que atraviesa el país, que se ha fortalecido por la percepción sobre una lucha contra la corrupción que se va perdiendo día a día.
Las instituciones que deberían ocuparse más con los resultados de la encuesta son los partidos políticos. Basta con encontrar que el 42 por ciento de la población parece no tener preferencia por ningún partido, para darse cuenta que deben trabajar por adecuarse a la nueva realidad, percepciones y expectativas de la población actual.
La nación hondureña parece reconfigurarse, no solamente por la posibilidad de darse cuenta de lo que sucede dentro y fuera del país gracias a la nueva tecnología de la información, sino también a que ahora es posible hacerse escuchar en el mundo digital que cada vez adquiere mayor peso principalmente para los gobernantes, no únicamente aquí, sino alrededor del mundo.
El desgaste que produce la permanencia en el poder por un amplio período, desde la presidencia de Porfirio Lobo Sosa hasta la actual, es evidente para el Partido Nacional, pero también lo es para los Partidos Liberal y Libre, que por separado poco parecen atraer la simpatía de una población escéptica.
Tal parece que hay espacio para la aparición de nuevos líderes -independientemente del partido- que logren atraer a ese gran porcentaje que no está por ahora atraído hacia ninguna institución política.
¿Será que hay lugar en Honduras para una figura al estilo del ahora presidente de El Salvador, Nayib Bukele? Una forma de ser disruptiva, que no encaja plenamente en ninguna ideología y que, al menos por ahora, parece funcionarle muy bien.
Para cualquiera que desee aventurarse en este camino, es indispensable tomar en cuenta que la mayor cantidad de población que votará en las próximas elecciones será una mezcla de la generación del milenio y la generación Z, es decir, de la nueva juventud acostumbrada a las respuestas rápidas, a exigir y de manera especial, a no tener miedo.
De acuerdo, la juventud y la baja sensación de miedo siempre han ido de la mano a lo largo de la historia, pero ahora hay un componente adicional: los jóvenes son difíciles de convencer, porque contrastan las palabras con los hechos a cada momento, gracias al uso de esa tecnología con la que nacieron y a la que están adaptados de forma natural.
Basta con tener un teléfono inteligente y están a un clic de poner absolutamente todo en tela de juicio, con una facilidad de exponer ideas y ganar adeptos de forma exponencial.
Pero también quien se aventure a postularse como candidato –y aquí cabe decir que no solamente a la presidencia, sino a otros cargos de elección popular- deberá lidiar con las prácticas corruptas mañosas, que se resisten a desaparecer y que se exhiben con cinismo. Ya no queda ni un ápice de vergüenza.
Esas prácticas repetidas en frases como “las elecciones se ganan con actas”, “sin estructura –o sin “bases”- no es posible ganar”, no son más que evidencias de la fragilidad de nuestro sistema electoral y la poca disposición a que eso cambie porque tal y como está es muy útil para grandes intereses.
Se requiere la aparición en escena de nuevos líderes, transformacionales y carismáticos, con buenas intenciones y preparación, que logren sacar a la población de la desconfianza transformada en indiferencia, y quizás hastío. Ojalá hayan personas valientes, pero también capaces de generar un cambio. Hay que estar atentos.