10/07/2025
07:20 AM

¿Nos metemos en el barco?

San Pedro Sula, Honduras.

La Biblia dice así en un pasaje del libro de Hechos de los apóstoles: “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (2:44-45).

Si habría que ponerle un nombre a esta secuencia de eventos bien podría llamársele “socialismo”. Pues es un tipo de organización social y económico basado en la propiedad y distribución colectiva. O “comunismo”, aunque asuste. Pues las personas en dicho relato se constituyeron de tal forma que sus pertenencias eran para el bienestar común. Y usted se dirá: “Eso suena bonito, me gusta. ¿Por qué no lo hacemos ahora? ¿Y no teníamos un socialismo y un comunismo ya? ¿Qué pasó con ellos?

Tal vez, en esa línea van las palabras del fraile dominico no clérigo, Frei Betto: “Sigo creyendo con toda convicción, y no por motivos ideológicos sino aritméticos, que el socialismo es un sueño de futuro, pues este planeta tiene más de siete mil millones de habitantes.

Si consideramos aritméticamente los recursos disponibles en el planeta y nos percatamos de que casi la mitad de la población pasa hambre, veremos que, o socializamos esos recursos, o la humanidad no tiene futuro”.

Luego añade: “Creo que la humanidad no tendrá futuro sin la socialización de los bienes y la socialización del bien mayor —la vida—, sin la solidaridad entre las personas”.

Y la pregunta es: ¿por qué fracasaron estos sistemas cuando tuvieron la oportunidad de llevar la socialización y la solidaridad a la práctica?

La respuesta es sencilla. El mismo contexto anterior y posterior del versículo referido arriba nos la da. Este dice: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (2:42). “Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo” (2:46-47).

Espiritualidad (o intimidad con Dios), uno.

Si procuramos la espiritualidad vamos a ser capaces, dentro de todo el desperfecto humano, de llevar a la práctica esto: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.

Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39).

Amor (y lo que se deriva de él: misericordia, solidaridad, generosidad, justicia…), dos.

¿Por qué, entonces, fracasaron? Porque esos dos elementos no estuvieron presentes. ¿Por qué ese sistema que se ve en el libro de Hechos desapareció? ¿Por qué nadie está interesado en volverlo a reactivar, en especial, los que habitan en el poder o los que tienen los recursos y la propiedad? Porque, simplemente, esos elementos básicos también desaparecieron o no se cuentan para echar a andar eficientemente el sistema en nuestro contexto. Y si es así, mejor ni meterse en ese barco, como se diría popularmente.