19/04/2024
01:14 PM

No normalicemos la violencia

Elisa Pineda

Está en todas partes: en la vía pública, en las redes sociales, en el estadio, invadiendo espacios que son aprovechados para hacer daño. Es difícil escapar de la preocupación por el aumento de la violencia que pasa fácilmente de lo verbal a lo físico.

Ahora nos llena de tristeza lo sucedido en el Estadio Olímpico de San Pedro Sula, que cobró la vida de una joven, en lo que parece un enfrentamiento de barras de aficionados.

¿Hay algo que justifique la barbarie? Estamos expuestos de manera tan constante a situaciones de extrema agresividad, que corremos el riesgo de adaptarnos a vivir de esa manera.

No es normal estar expuestos a situaciones de esa naturaleza, como tampoco es normal que la violencia se haya convertido en el camino recurrente para “enfrentar” conflictos.

Las noticias nos cuentan historias de toda índole: que en la primera quincena de enero se registró la muerte violenta de por lo menos 17 mujeres en Honduras; días atrás, que un grupo de ciudadanos destruyó una patrulla municipal, hasta muchas otras sobre ataques verbales de quienes mantienen posiciones antagónicas en temas diversos. La agresividad está primando sobre el pensamiento.

Las emociones desbordantes sin freno pueden conducir a más actos extremos. El enorme problema es que muchas de esas expresiones brutales quedan en la total impunidad, exponiendo aún más nuestras grandes debilidades.

La falta de aplicación de la ley nos hace muy vulnerables a cualquier abuso. Eso es lo que permite que las calles sean tierra de nadie y que ahora esa forma de actuar busque otros espacios. No es normal que vivamos con el temor de estar en un lugar cualquiera en el momento incorrecto. Tampoco es normal que la respuesta a cualquier situación, por sencilla que parezca, sea agresiva.

Estar en desacuerdo es parte de la convivencia, la manera de resolver los desencuentros es lo que hace la diferencia entre una sociedad que evoluciona... o involuciona. El reconocimiento de la dignidad humana inherente a cada uno, sin excepción alguna, es lo que nos permite actuar con respeto y con responsabilidad. Pero cuando falta esa conciencia, el riesgo de una escalada es muy grande.

Las palabras dan forma a la realidad, en ese sentido, es preciso detener la violencia desde los ataques verbales, cuando aún es posible. Ya basta de mensajes de odio por todas partes, con cualquier motivo, ya basta de enseñar a nuestros niños y jóvenes que todo aquel que piensa diferente, en cualquier aspecto de la vida, es enemigo. Ante este panorama, es preciso que la sociedad civil asuma un rol importante en la construcción de una cultura de paz.

No podemos pretender que todo es responsabilidad de las autoridades. Es importante que desde las principales organizaciones haya iniciativas que contribuyan a la convivencia pacífica, porque la violencia nos afecta a todos, pues tiene impactos en la calidad de vida de los ciudadanos.

La violencia afecta directamente los esfuerzos para atraer inversiones, generar empleos y promover el crecimiento económico de las comunidades. Ante todo, la violencia destruye la posibilidad de construir la sociedad sólida, incluyente, cohesionada, con la que todos anhelamos.

Que las organizaciones atiendan el llamado, que busquen también generar consensos en los grandes temas que nos unen, que desarrollen proyectos conjuntos para abordar desafíos como éste. Pongamos un alto a la violencia.