17/04/2024
10:20 PM

No hay dictadores buenos

Jorge Ramos Ávalos

Todos los dictadores, por lo general, matan. Pocas veces lo hacen ellos mismos. Prefieren que sean otros los que se manchen de sangre.

Viven obsesionados con mantenerse en el poder porque saben que, sin él, terminarían enjuiciados, encarcelados y quizás muertos. Sus ciudadanos saben que son unos matones. Por eso no hay nada que les guste más que ser reconocidos internacionalmente.

Y aquí es donde entra el viaje del presidente estadounidense, Joe Biden, a Arabia Saudita. ¿A qué va? A buscar petróleo barato para que baje el precio de la gasolina -y la inflación- en Estados Unidos. Oficialmente el viaje de Biden es para promover la normalización de relaciones con Israel, buscarle un fin a la guerra en Yemen y coordinar acciones antiterroristas conjuntas. Pero a nadie se le escapa que Biden, en realidad, va por petróleo barato. Y el costo es altísimo aunque no se mida en dólares.

Durante su campaña presidencial Biden fue muy duro con la monarquía Saudí. Dijo que “les haría pagar el precio” por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi -residente legal de Estados Unidos y fuerte crítico del gobierno saudita- en el consulado de Arabia Saudita en Estambul en el 2018. “Los mostraré como los parias que son”.

El príncipe Muhammad bin Salman, de 36 años y conocido como MBS, es el líder de facto del régimen de Arabia Saudita. Aunque su padre Salman bin Abdulazis Al Saud sigue siendo el rey. Y un reporte de inteligencia de Estados Unidos concluyó que: “El príncipe (MBS) aprobó la operación en Turquía para capturar o matar al periodista Jamal Khashoggi. Basamos esta conclusión en el involucramiento de asesores y miembros del círculo (del príncipe) en la operación y en el apoyo que el príncipe ha dado para métodos violentos para silenciar a disidentes en el extranjero.” (El príncipe ha negado las acusaciones.)

Khashoggi, un columnista del diario The Washington Post que expuso los múltiples abusos y corrupción de la dictadura Saudí, fue asesinado y desmembrado luego de entrar al consulado en Turquía en lo que él creía iban a ser unos trámites burocráticos para casarse. Estados Unidos condenó el asesinato y el Departamento de Estado impuso restricciones de visa a 76 individuos vinculados con amenazas a disidentes en el exterior.

Pero las promesas de Biden no duraron mucho.

Vino la pandemia, la inflación y ahora la amenaza de una recesión global, y el gobierno de Biden se dobló ante la dictadura saudita. No solo no los presentará como “parias” ante el mundo sino que irá a visitarlos en unos días.

El viaje de Biden “es una muy mala idea”, dijo el senador Tim Kaine, miembro del comité de relaciones exteriores, en una entrevista con CNN. “La sangre (de Kashoggi) aún no se ha limpiado. Entiendo que las circunstancias cambian. ¿Pero cuál es el tema central actualmente en el mundo? Los autoritarios.”

Pero parece ser que Estados Unidos trata a los autoritarios del mundo de maneras muy distintas. No hay una política clara y pareja para todos. Biden ha dicho, por ejemplo, que el líder ruso Vladimir Putin es un “criminal de guerra”.

De la misma manera, su gobierno no invitó a los líderes de Cuba, Nicaragua y Venezuela a la Cumbre de las Américas en Los Ángeles porque están al frente de brutales dictaduras. En cambio, el presidente se subirá al Air Force One y se pondrá a negociar en su casa con los encargados de la monarquía de Arabia Saudita.

Qué contraste. Qué choque. Qué desilusión

¿Quién entiende eso? ¿Dónde quedan esas declaraciones de que la política exterior de Estados Unidos se basa en el respeto a los derechos humanos y a la democracia? Precisamente en Los Ángeles, tuve la oportunidad de conversar con el secretario de estado, Anthony Blinken, y se lo pregunté:

-¿Por qué Estados Unidos no trata a todas las dictaduras de la misma manera? ¿Por qué trata a Cuba, Venezuela y Nicaragua de una manera y a China y a Arabia Saudita de otra?

-“Lo que ha hecho el presidente Biden es poner los derechos humanos y la democracia en el corazón de nuestra política exterior”, me dijo Blinken. “Pero no es lo único que vemos. Tenemos que ver todas las cosas juntas, de manera que se protejan los intereses de Estados Unidos.”

La palabra clave en esa respuesta es “intereses”. Mil veces se ha dicho que los países y los gobiernos no tienen principios sino intereses. Y en este momento el gobierno de Biden cree que es más importante bajar el precio de la gasolina en Estados Unidos que mantener la presión internacional para promover un cambio significativo y humanista en uno de los países más ricos del mundo.

Esta doble postura de Estados Unidos -fuerte con unas dictaduras y complaciente con otras- envía un terrible mensaje en América Latina. Si Estados Unidos está dispuesto a negociar con los sauditas para bajar unos centavos el precio del petróleo y la gasolina ¿por qué no hacer lo mismo con Venezuela y su dictador Nicolás Maduro? Hay muchos dictadores en la lista dispuestos a transar.

Si los países y sus gobiernos creen que, en momentos de crisis económica como estos, Estados Unidos va a ceder en sus principios para obtener beneficios temporales para su población, eso erosiona su liderazgo a nivel mundial y se convierte en blanco de críticas bien justificadas. Estados Unidos y Arabia Saudita tienen una relación de ocho décadas, históricamente han hecho un frente común contra Irán y fueron aliados en la primera guerra del golfo pérsico. Pero flaquear ante una dictadura que mató impunemente a uno de los periodistas más influyentes del mundo árabe tendrá graves consecuencias en el futuro. Y se medirá en vidas humanas en los lugares más vulnerables del planeta.

El ejemplo es fatal. Si Estados Unidos lo hizo, otros lo repetirán.

No hay dictadores buenos. Todos matan y hacen hasta lo imposible para eternizarse en el poder. Por eso ceder ante ellos -por intereses pasajeros- es siempre un error. Es caer en su juego. No es difícil imaginárselos en privado en sus palacios, riendo y diciendo: los volvimos a engañar.