A finales del mes de enero de 1986 conocí el lugar que sería mi segundo hogar por los próximos ocho años de mi vida, la escuela primaria mixta San Juan Bosco, en la colonia Colvisula al norte de la ciudad, su directora era la recordada profe Lesbia de Chinchilla. Para muchos los recuerdos más felices de la escuela están asociados a juegos, amigos, o travesuras, pero para mí no es así. Mis memorias más entrañables tienen que ver con varias heroínas que fueron durante mi infancia auténticas mentoras, amigas y protectoras. Estoy hablando de mis maestras, seres humanos apasionados por su profesión (vocación), y que supieron infundir en mí el amor al conocimiento, el hambre por el saber, la admiración por el arte, la música, el teatro y la historia. No solo me enseñaron a leer y a escribir, sino a imaginar el mundo con viveza e ilusión, infundiendo sana ambición y valores como el civismo, el patriotismo, la disciplina, la responsabilidad, la empatía, la compasión y la excelencia. Soy capaz de recordar sus nombres desde el kínder hasta el sexto grado: Aura Ninfa, Mirna, Bessy, Débora, Matilde y mi inolvidable “profe Danelia”, quien fue nuestra maestra durante tres años de primaria, convirtiéndose en amiga, cómplice y hasta paño de lágrimas de sus pequeños alumnos. Desde aquellos hermosos años que hoy recuerdo con nostalgia y gratitud, han pasado casi treinta, y el salón de clases sigue siendo el lugar en donde más tiempo he pasado durante mi vida. He estudiado dos carreras universitarias, un grado asociado y actualmente realizo una especialización en el extranjero, he tenido muchos profesores, pero muy pocos maestros, sobre todo unos que me hayan marcado tanto, como aquellas buenas y sencillas mujeres, a quienes al recordarlas hoy, les ofrezco un sencillo homenaje, porque mucho de lo que soy se lo debo a esos años infantiles en los que ellas me hicieron soñar a través de sus clases y los libros. En Honduras los maestros son homenajeados cada 17 de septiembre en honor a un sacerdote, igual que yo, el padre José Trinidad Reyes, fundador de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (Unah). A más de 166 años de la muerte del llamado “Benemérito de la instrucción pública”, el sueño del “Padre Trino”, para su patria y compatriotas, está muy lejos de cumplirse. Según una encuesta realizada por la Asociación para una Sociedad más Justa a padres de familia en mayo de 2021, el 73% de las personas consultadas no habían matriculado a sus hijos e hijas por falta de dinero para pagar Internet. Además, que el 51% del alumnado de escuelas públicas recibe menos de 5 horas de clase a la semana, principalmente a través del envío de tareas vía WhatsApp y, en raras ocasiones, desde una plataforma digital. Esto aunado a los huracanes de octubre, ha provocado que unos 114,015 estudiantes se vieran afectados debido a que más de 700 planteles educativos sufrieron daños y muchos de ellos funcionan todavía como albergues. En medio de esta dura realidad, muchos maestros(as) se juegan la piel por cumplir con amor, el sagrado deber de brindar el pan del saber a sus alumnos. Recemos para que todos los niños y jóvenes de Honduras puedan un día acceder a una educación de calidad, y se encuentren con maestros de vocación que además de enseñarles a leer, escribir, sumar, o dividir, les enseñen a soñar y luchar por un mejor futuro para su patria.