Esta vez el Papa ha dicho muchas cosas interesantes -como lo de que pronto habrá que hablar de la “abuela Europa” por la falta de niños, debido a que los europeos prefieren tener un coche o una casa mejor que un hijo-. Algunas de esas cosas han llamado tanto la atención que se ha creado un cierto revuelo. Por ejemplo, lo de criticar a los curas que él considera “rígidos”. No sé muy bien a quiénes se puede estar refiriendo el pontífice, pero no puedo pensar que esté hablando de los que defienden la integridad de la doctrina católica, pues en ese caso estaría insultando a personas muy queridas por él, como San Ignacio, San Francisco Javier, San Francisco, Santa Teresa o, por venir más cerca, San Juan Pablo II.
Más calado tiene lo de que no tiene miedo a los cismas, aunque reza para que no ocurran. Esa afirmación se produce como respuesta a una pregunta que daba por supuesto que en Estados Unidos se puede producir uno, por parte de los católicos que quieren seguir siendo fieles a las enseñanzas de Cristo. Evidentemente, era una pregunta-trampa. Yo no he oído a ningún obispo norteamericano, incluido el cardenal Burke, hablar de que en ese país se podría producir un cisma por parte de los conservadores.
En cambio, sí se habla de eso con toda claridad en Alemania. Fue el obispo de Essen, adalid de las reformas sin límite en el próximo Sínodo de la Iglesia en esa nación europea, el que dijo que si no les dejaban hacer lo que quisieran iban a provocar un cisma mayor que el de Lutero. Lo dijo así de clarito y nadie pareció escandalizarse por ello.