Confesión: como periodista quería resistir, informar y denunciar sus mentiras e insultos hasta que él se fuera. Al final, Trump perdió, se va en desgracia y nosotros nos quedamos. Fui de los primeros en denunciar su peligrosidad para la democracia y para la libertad de prensa -luego que él llamara “violadores” a los inmigrantes mexicanos y me expulsara de una conferencia de prensa en agosto de 2015- y hay una especie de reivindicación al confirmar, al final de su mandato, que no estábamos exagerando. Al contrario.
Trump se comportó como un bully y un caudillo. Hizo todo lo posible para cambiar el resultado de las pasadas elecciones, que perdió frente a Joe Biden. En una llamada con funcionarios republicanos de Georgia les pidió que “encontraran 11,780 votos” que le faltaban para ganar ese estado. Los funcionarios, a pesar de las amenazas presidenciales, no le hicieron caso.
Trump también empujó a sus seguidores a realizar una rebelión antidemocrática. Cinco personas murieron luego de que una turba invadió el Capitolio, y todo ocurrió luego de que ese mismo día les pidiera, durante un evento frente a la Casa Blanca, que “marcharan hacia el Capitolio”. Y les dio la razón para hacerlo: “Porque nunca van a recuperar su país si son débiles”.
Usar la fuerza para mantenerse en el poder y negar los resultados legales de una elección es lo que en América Latina llamamos un “intento de golpe de Estado”, con tres importantes diferencias: ese intento fracasó en EE.UU. y nunca tuvo la participación de los militares ni el apoyo de las cortes. Trump pasará a la historia como el único presidente en haber enfrentado dos veces un proceso de destitución. El último y gravísimo cargo es por “incitación a la insurrección”.
Trump pasó sus últimas semanas jugando golf, promoviendo sus falsas teorías de conspiración y, como reportó ABC News, en un período de al menos nueve días no tuvo ningún evento público. Esto en medio de una pandemia que le ha costado la vida a más de 380,000 estadounidenses. Trump, irónicamente, quería quedarse cuatro años más en un trabajo que descuidó y que no parece gustarle. Sus faltas y ausencias me recuerdan tanto al disminuido y errático personaje de El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, que gobierna en “una casa sin autoridad”. Uno de los golpes más fuertes a la capacidad de Trump de transmitir sus mentiras y mensajes fue la decisión de Twitter, Facebook e Instagram de suspender sus cuentas en redes sociales. Twitter, por ejemplo, decidió que dos tuits de Trump violaban su regla en contra de la “glorificación de la violencia” y así el presidente perdió a sus más de 88 millones de seguidores.
Aquí hay una aclaración importante. Nuestro papel como periodistas es muy distinto al de las benditas redes sociales. Esas son empresas privadas y, como en una casa, imponen sus propias reglas de admisión; pero urge que aclaren sus políticas de participación.
Por ejemplo, ¿por qué se expulsa a @realDonaldTrump y no a un dictador como @NicolasMaduro acusado por Naciones Unidas de crímenes contra la humanidad? ¿Cómo es que un pequeñísimo grupo, que no fue elegido por nadie, puede decidir los términos de contenidos y conversaciones a nivel global? Hasta el mismo presidente de Twitter, Jack Dorsey, reconoció que su decisión de censurar a Trump “sienta un precedente que, siento, es peligroso”. Hay muchas preguntas pendientes sobre las prácticas de las redes sociales. Los periodistas, en cambio, no podemos ni debemos censurar nunca, ni a Trump ni a nadie; pero sí tenemos la obligación de indicar y denunciar cuando un presidente o político incita a la violencia o ataca a la democracia.
Si habla Trump, AMLO, Uribe, Maduro u Ortega tenemos que cubrirlo, pero no estamos aquí solo para repetir lo que dicen líderes y dictadores. Y menos si mienten o desinforman. Nuestro trabajo es cuestionarlos. Al final de cuentas, periodistas o no, todos seremos juzgados por lo que hicimos o dejamos de hacer cuando Trump fue presidente. Es imposible ser neutrales ante él. ¿Cómo se puede apoyar a alguien después de que insultó a tu esposa, a tu padre, a tu familia, a tus vecinos y compañeros de trabajo. Los 147 congresistas y senadores republicanos que se opusieron a reconocer el resultado tendrán que explicar por qué hicieron algo tan antidemocrático. ¿Qué es lo que dice de ti cuando justificas y defiendes a un tipo tramposo que intenta un autogolpe? Y no son solo los políticos. ¿Cuántos de los 74 millones que votaron por Trump se creen su mentiras y aprueban sus peligrosos desplantes autoritarios? Esto sugiere que habrá trumpismo sin Trump. Deja un legado de racismo, división, violencia y autoritarismo. ¡Sobrevivimos a Trump! Y lo digo con alivio, como si hubiéramos salido de una guerra. Ahora nos toca a todos asegurarnos de que este trauma nunca más se vuelva a repetir.