18/04/2024
03:11 PM

La “depresión democrática” de AL

Andrés Oppenheimer

Los politólogos han estado hablando desde hace casi una década sobre una “recesión democrática” en el mundo, porque cada vez más países se están convirtiendo en autocracias. Pero en América Latina, la cosa está peor: ya estamos en una verdadera “depresión democrática”.

Nunca he visto tantos países latinoamericanos descendiendo a gobiernos autocráticos desde las dictaduras militares de la década de 1970. En las últimas semanas, incluso los presidentes de Brasil y México, las democracias más grandes de América Latina, han tratado de acaparar poderes inconstitucionales.

*En Brasil, el presidente populista de extrema derecha Jair Bolsonaro, conocido por muchos como el “Trump de los trópicos”, sugirió que no aceptaría una derrota en las elecciones de 2022.

Bolsonaro, que está cayendo en las encuestas, dijo que solo puede haber tres resultados: “Mi arresto, mi muerte o mi victoria”. Y agregó: “Nunca seré arrestado”. Un día después, Bolsonaro dijo que había hablado en el calor del momento, pero ha estado haciendo declaraciones similares desde hace varios meses.

* En México, el presidente nacionalista de izquierda, Andrés Manuel López Obrador, ha escalado su retórica contra el Instituto Nacional Electoral (INE), la agencia independiente respetada que monitorea las elecciones en México. Los críticos temen que quiera destruir al INE, o restringir sus poderes, para poder manipular las elecciones de 2024. Además, López Obrador arremete casi a diario contra periodistas y jueces, y ha utilizado su mayoría en el Congreso para aprobar una prórroga inconstitucional del mandato de cuatro años del jefe de la Suprema Corte.

* En El Salvador, los jueces nombrados cada vez más por el autoritario presidente Nayib Bukele anularon de hecho el 3 de septiembre una prohibición constitucional de elecciones presidenciales consecutivas, lo que le permitirá a Bukele buscar un segundo mandato en 2024.

* En Perú, el presidente de extrema izquierda Pedro Castillo quiere convocar una asamblea constituyente para redactar una nueva Constitución. Lo que hizo el difunto líder autoritario de Venezuela, Hugo Chávez, en 1999 para buscar poderes absolutos y reelecciones indefinidas.

* En Argentina, el gobierno del presidente Alberto Fernández busca reformar el sistema de justicia en un intento de despedir a los fiscales que investigan a la vicepresidenta y expresidenta Cristina Fernández de Kirchner por corrupción.

* En Nicaragua, el dictador Daniel Ortega ha encarcelado a los siete principales precandidatos opositores para las elecciones del 7 de noviembre, y a más de veinte líderes de la sociedad civil. Ya no queda ni la semblanza de una democracia.

* En Venezuela, el fraudulentamente electo dictador Nicolás Maduro está consolidando su régimen. Maduro está negociando un acuerdo con la oposición con la esperanza de alentarla a participar en las elecciones regionales del 21 de noviembre. Pero pocos líderes opositores confían en que permitirá elecciones medianamente libres.

* La dictadura de Cuba, mientras tanto, continúa prohibiendo partidos de oposición y medios independientes, y está intensificando la represión. Al menos 500 personas han sido arrestadas y muchas siguen en la cárcel luego de las masivas protestas del 11 de julio. El apoyo a la democracia en los latinoamericanos ha venido cayendo, en parte por la desaceleración económica. Pero ahora, hay un fenómeno nuevo: una nueva generación de aspirantes a autócratas democráticamente electos, que se están aprovechando del creciente descontento con la democracia. “Este es un elemento nuevo”, me dijo Sergio Fausto, un politólogo. “Además del desencanto global con la democracia, tenemos liderazgos políticos de la izquierda y de la derecha que movilizan a la gente en contra de las instituciones democráticas”. Eso es un mal augurio, entre otras cosas porque cuando los autócratas atacan a las instituciones democráticas como el sistema de justicia, desaparecen las protecciones legales, y los inversionistas huyen de sus países. Y cuando pasa eso, las “depresiones democráticas” a menudo se convierten en depresiones económicas.

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