Cuando recientemente la ministra de Defensa exclamó airadamente que “aquí todos los que opinan son chabacanes y pencos”, tal vez tenía algo de razón. Muchos se hicieron los ofendidos, pero lo cierto es que así somos aquí. Si la ministra no lo sabía es porque vive en un mundo paralelo, como todo político.
El cociente intelectual (más conocido por IQ, del inglés Intelligence Quotient) es un estimado de la inteligencia general. El de nuestro país es de 81 puntos. Estamos en el rango abajo del promedio de la clasificación del IQ, siendo la media normal de 90-109. De América Latina, el de mayor puntuación es Uruguay con 96 puntos, y a nivel mundial lo son Singapur (108), Corea del Sur (106) y Japón (105).
Estos países han tenido claro que el acceso a una educación formal de calidad, programas de nutrición adecuada y estímulos intelectuales desde temprana edad son factores claves para el desarrollo de capacidades cognitivas. El cociente intelectual promedio de un país está relacionado directamente con su desarrollo económico. La inteligencia asegura la capacidad de innovar, resolver problemas y adaptar tecnologías.
Honduras es uno de los cinco países con cociente intelectual más bajo de Latinoamérica, según World Population Review, y el número 185 (de 199 países) a nivel mundial. Y las causas siguen siendo las mismas, malas economías, desnutrición infantil y sistemas de educación deficientes. Esa es la historia de este país, décadas de oscuridad, Gobiernos incapaces, corrupción institucionalizada y ahora una feroz confrontación política en lugar de legislar y crear bienestar público.
Aquí, los políticos son cada vez más prosaicos. La decadencia del ser humano se manifiesta en su máxima expresión en ese grupo. Para ellos solo existen dos categorías de personas, ellos y los demás. El país es su hacienda, el pueblo su ganado. Cada vez más descarados, cada vez más atrevidos, cada vez más cínicos.
Como país no tenemos ningún índice de desarrollo que nos haga relucir a nivel centroamericano o de AL. Solo producimos pobreza, corrupción y migrantes.
Y lo peor es que los mismos se están postulando de nuevo, con algunas caras nuevas ingresando a la manada. La misma dolorosa historia repetida por décadas. Ellos facturando y los demás picando piedra. A la ministra se le olvidó que en las filas de su movimiento político están los más fieles exponentes de lo que criticó. Así son los políticos, ven solo lo que les conviene.