De hecho, en nuestro paisaje aparecen políticos y gobernantes enemigos de los árboles y amantes apasionados del cemento. Hemos sido malísimos administradores de la creación y del planeta que habitamos, generamos gases de efecto invernadero, destruimos la capa de ozono, quemamos la Amazonía, contaminamos los océanos, derretimos los glaciares y nos enfocamos más en lo que no tiene importancia para nuestra sobrevivencia. Los que otrora fueron ríos caudalosos hoy son enjutos riachuelos que dan lástima, generando con ello que la flora y fauna reciban dolorosos impactos negativos en su diversidad, y todo ello al final le está y seguirá pasando cara factura a la humanidad entera.
Aunque parezcan imágenes de una película del fin del mundo, no es así, es nuestra cruda realidad. Las películas terminan después de 90 minutos y son premiadas por los efectos especiales e imágenes que presentan, en cambio, nuestra realidad no dura el mismo tiempo que una película, los cambios son irreparables; además, nosotros no ganaremos ningún óscar por nuestra actuación pasiva ante un mundo que se deteriora cada día.
Todo ese desequilibrio ambiental provocará que se sucedan cada vez más poderosos terremotos, tsunamis, huracanes, tifones, tornados y toda clase de manifestaciones de un planeta que gime y que está llegando a un punto irreversible en su entorno ambiental. Los países –incluyendo el nuestro- están llegando al límite de tiempo, en el cual si no se toman medidas serias de mitigación ambiental y se establecen conductas estatales que sean proactivas y no reactivas estaremos en un punto donde no habrá marcha atrás.