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Historia de la deslealtad

  • 12 diciembre 2022 /

Cuentan que cierta vez que Atila iba a guerrear, colocó el cinturón de castidad a su mujer y le entregó la llave a su mejor amigo con esta advertencia: “Si dentro de un año no he regresado se lo quitas para que quede en libertad de buscar a otro hombre”. No había cabalgado ni cinco kilómetros el Rey de los Hunos, cuando llegó a alcanzarlo, a todo galope, su amigo mientras le gritaba: ¡Atila, esta no es la llave! Se trata solamente de una anécdota sobre una hipotética prueba que Atila hizo a su amigo para saber si era digno de su confianza. Sin embargo, la historia registra hechos reales de toda índole cometidos contra la lealtad, que han llegado a cambiar el rumbo de las naciones. La traición es un acto vil y cobarde, derivado de la deslealtad, muy utilizado para aniquilar el valor noble de la confianza. En la antigua Roma, el emperador Julio César se sorprendió cuando vio entre sus asesinos a su compañero de partido, Marco Junio Bruto, considerado hijo suyo. “¿Tú también, Bruto?”, exclamó supuestamente en su agonía el militar romano.

El caso más conocido de deslealtad, en el mundo, es la traición bíblica de Judas, quien, con un beso infame, entregó a su Maestro para que fuera vejado y crucificado por los romanos. Mientras que en la historia reciente, Salvador Allende, electo presidente de Chile en 1970, pronunció unas palabras premonitorias cuando, metralla en mano, defendía el Palacio de la Moneda. “Pagaré con la vida, la lealtad de mi pueblo”, dijo. Afuera, sus fieles partidarios eran masacrados por las fuerzas golpistas de Augusto Pinochet. Este hecho muestra la deslealtad de Pinochet y la expresión sublime de lealtad hasta la muerte entre un mandatario y las mayorías que lo eligieron.

La deslealtad no solamente puede darse contra una persona sino también en perjuicio de un pacto, como lo perpetrado, a principio de este año, por un grupo de diputados de Libertad y Refundación (Libre) quienes irrespetaron un convenio entre su partido y el Partido Salvador de Honduras. No lograron su objetivo, pero sus ambiciones políticas propiciaron las dudas perennes sobre la legitimidad de la presidencia del actual Congreso Nacional.

Hay manifiesta deslealtad política cuando un gobernante olvida los intereses sagrados del pueblo y abusa del poder para agrandar su peculio particular, tirando por la borda las promesas de campaña o querer atornillarse en el poder. El soberano que lo llevó al solio presidencial tiene el derecho de rebelarse y reclamar por el abuso a su confianza. De esto debe estar consciente la presidenta Xiomara Castro, quien hace un año obtuvo un rotundo triunfo electoral gracias a las promesas de un cambio sustancial en beneficio del gran conglomerado, los cuales aún no se visualizan.