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Hernán Mejía Nieto

  • 07 marzo 2023 /

Cuando estudiaba mi escuela secundaria en el Instituto Departamental de Occidente de La Esperanza, una prestigiosa institución fundada a finales del siglo XIX –por cierto solamente teníamos la opción de hacernos maestros- esperaba con mucho entusiasmo la llegada de los muchachos, que estudiaban en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, para pasar sus vacaciones. Entre ellos estaban: Leonidas Flores, Tito Arriaga, Donaldo Argueta y Hernán Mejía Nieto. Todos ellos se graduaron de profesionales universitarios en diversas ramas del conocimiento. La razón era que yo aspiraba a ir a la universidad y emprender estudios de una carrera que aún no tenía definida. El Dr. Carlos Godoy Arteaga -llegó a hacer el servicio social como médico- con quien hice una amistad entrañable, me indujo a la carrera de Medicina.

Pero con quien más relación tuve fue con Hernán Mejía Nieto, graduado de Odontología y convertido en el odontólogo de la ciudad.

Había tres razones fundamentales para buscar su conversación: preguntarle cómo funcionaba la universidad, sobre los movimientos estudiantiles y su rebeldía cuyas noticias nos llegaban a través de la radio y los diarios El Día y El Pueblo y escucharle tocar la concertina, que lo hacía con mucho profesionalismo.

Además, Hernán traía libros que siempre me prestó. No olvido uno que fue fundamental en mi formación: “La batalla de Guatemala”, escrito por el canciller de Guatemala durante el gobierno de Jacobo Árbenz y quien tuvo que enfrentar el golpe de Estado, la primera intervención abusiva por parte de la OEA. Más tarde tuve la oportunidad de conocer a Toriello y su pensamiento firmemente democrático.

Cuando Hernán regresó a La Esperanza, no solo se convirtió en el odontólogo del pueblo sino en un promotor extraordinario del desarrollo local. Como había heredado tierras de sus padres adquirió la obsesión de cuidar el bosque y los animales propios de la zona, convirtiéndose en uno de los primeros luchadores –con verdadera garra- de la lucha por la conservación de la naturaleza y del medio ambiente.

Una de sus fincas, situada en las cercanías de La Esperanza, en donde había construido su casa de habitación, estaba cercada con varios hilos de alambre de púas para evitar la entrada de intrusos y ahí se cuidaba con el esmero necesario cada planta y cada animal silvestre. Para su desgracia tuvo que abandonarla porque los bandidos en una ocasión pusieron en peligro su vida. En su finca cultivaba los frutales de altura –duraznos, peras, ciruelas, nectarias y manzanas- que durante un tiempo fueron abandonados por los campesinos y agricultores para dedicarse al cultivo de la papa que trajo, consecuentemente la destrucción de grandes extensiones de bosque y el deterioro de las fuentes y riachuelos.

Con motivo del avance de la agricultura mediante el cultivo de la papa y el uso indiscriminado de agroquímicos, Hernán fue uno de los primeros en advertir el problema con la contaminación de las aguas que llevó a la extinción de muchas especies, sobre todo las ranas y sapos, tan necesarios para el equilibrio de la naturaleza porque se alimentan de insectos.

Había en su parcela tacuacines, mapaches, guatusas, venados, una gran variedad de aves y reptiles que recibían su protección y los mozos tenían estrictamente prohibido matar un animal. Y ¿qué decir de sus tierras en donde había frondosos bosques de pinos y de otras plantas de bosque propias de la zona? Siempre estaba experimentando con variedades nuevas de los frutales de altura y en un tiempo también experimentó con el cultivo de una seta muy apetecida en la gastronomía, por su intenso aroma, llamada Shiitaki (Lentinula edodes).

Hernán fue, además, fundador y gran impulsor de la Asociación de Ganaderos y Agricultores de Intibucá (AGADI,) de gran importancia en el fomento del desarrollo de la agricultura en Intibucá, sobre todo en el cultivo de las verduras y de la papa y en la introducción de nuevas variedades de frutales y de una ganadería moderna.

Nos ha dejado para siempre, pero su labor exitosa en el desarrollo de Intibucá, pero sobre todo por las lecciones que nos dio con los afanes de su vida por la conservación del bosque y de las criaturas nativas, parte del equilibrio ecológico, no deben ser olvidadas si queremos conservar el agradable clima esperanzano, sus frutales, sus verduras y, sobre todo, los exquisitos jardines de los patios.

La tierra que mereció sus esmeros le sea leve.