04/12/2025
02:56 PM

Hablar bien

Roger Martínez

Yo no soy purista. Pienso que la lengua es un ente sumamente dinámico, que evoluciona al ritmo de los tiempos y que no es posible encorsetarlo ni ponerle diques, porque continuamente nos desborda y sigue su camino de permanente transformación. Claro que, por ejemplo, disfruto mucho leer en español del siglo XVI, sobre todo a santa Teresa de Jesús; así como a esos poetas barrocos de la misma época, maestros en torcer y retorcer este idioma que hoy hablamos alrededor de 600 millones de personas, sea como lengua materna o como segunda o aprendida.

Los territorios en los que se habla español son tan dilatados, y poseen sustratos prehispánicos tan diversos, que está lleno de peculiaridades dialectológicas en cualquier lugar donde uno vaya. Y esa es parte de la gran riqueza de nuestra lengua; nuestra, tan nuestra, como lo es de los que la hablan en la Península Ibérica.

Cierto es también que el español ha recibido influencias, y las seguirá recibiendo, de otras lenguas con las que se mantiene en contacto. Un contacto que debido al enorme desarrollo de la tecnología y, con ella, de las comunicaciones, es cada vez mayor y que contrae ciertos desafíos. El primero tiene que ver con la falta de un vocabulario suficientemente rico, por falta de lectura y de cultura general de mucha gente, que produce el abuso de barbarismos, tomados, en la mayoría de los casos del inglés. Se ha introducido, también, defectos en las construcciones y en giros idiomáticos, que, por lo menos a mí, me da dolor de estómago cada vez que los escucho. Solo un ejemplo: en español lo correcto es decir que las cosas tienen sentido, no que “hacen sentido”, pero una traducción literal, y por lo mismo indebida del inglés “make sense”, produce que haya quienes dicen que hay cosas o ideas que “hacen sentido”.

De siempre, el correcto uso de la lengua ha sido sinónimo de educación, de altura profesional. Sin embargo, y muy desafortunadamente, hoy se da algo que he dado en llamar “cinismo lingüístico”, y que consiste en jactarse de hablar mal, de usar barbarismos innecesarios, de favorecer la pereza mental al no buscar el término correspondiente en español y usarlo en otro idioma, en inglés, sobre todo. Por supuesto que el uso del clásico “mataburros”, el diccionario, es cada vez menos frecuente.

Afortunadamente, todavía hay muchas personas que valoran hablar bien; que reconocen la importancia de poseer un léxico dilatado, de construir bien una oración, y de no atropellar innecesariamente una lengua que es una de nuestras más importantes señas de identidad.