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Gratitud

  • 29 marzo 2023 /

En mis casi nueve años de sacerdocio y cinco como formador he podido descubrir un par de rasgos cada vez más presentes en las personas que tengo el honor de acompañar, servir o formar, particularmente en los jóvenes: la insatisfacción y la exigencia.

Pero no se trata de una insatisfacción sana que desafía el conformismo y la mediocridad, sino de una que deja la sensación de vacío e instala al individuo en la queja y el reclamo, en la exigencia de derechos, a veces distanciada de la corresponsabilidad y las obligaciones. Este fin de semana, como una parénesis potente y sintética, escuché nuevamente un refrán popular que, para mí, debería ser una jaculatoria de vida: “Es de hijos bien nacidos el ser agradecidos”.

La palabra gratitud proviene del vocablo latino gratitudo, que significa cualidad del que es agradable y agradecido.

Pero ojo, la gratitud no es una mera emoción, sino una virtud que influye en el modo de pensar, sentir y actuar. Es por eso que muchas relaciones interpersonales, especialmente en la familia, se ven deterioradas, por el ejercicio de una personalidad ingrata, en muchos de sus miembros. Quienes sienten que el mundo, la vida, Dios y el universo entero están en deuda con ellos y son incapaces de reconocer el valor real de lo que otros hacen, ya sea de forma voluntaria o por solicitud expresa.

La gratitud no solo se trata de aprender a dar las gracias por mera cortesía, sino que es una expresión de respeto, de altura moral y una clara muestra de amor, humanidad e incluso un estilo vida. Por el contrario, la ingratitud es una forma de desprecio flagrante hacia los otros, que hunde sus raíces en la soberbia, el cinismo, la mala educación, la inmadurez, la envidia o el rencor.

Repasando las páginas de la Sagrada Escritura, durante esta época cuaresmal, saltan a la vista las quejas del pueblo de Israel en el desierto, que aun después de haber sido liberados de la esclavitud de Egipto se enquistan en su queja contra Moisés y contra Dios, incluso llegando al absurdo de desear nuevamente ser esclavos (cfr. Ex 14,11; Nm 11,5; 21, 4-9) Personas ingratas dan como resultado una nación ingrata.

La gratitud es cuestión de educación y formación de la conciencia, y para poder recuperarla es necesario pasar de una visión educativa cortoplacista que piensa que educar es “aprovechar oportunidades” y regresar al punto de vista clásico que entiende que educar es un proceso de toda la vida, que hace cambiar, evolucionar, crecer y madurar.

Solo así será posible reinstalar el valor de la gratitud como respuesta de amor a aquellos dones que se han recibido, ya sea por derecho o por gratuidad. Devolviéndonos la capacidad de percibir y apreciar lo positivo, lo valioso y lo bello que nos ofrece el mundo que nos rodea, que es ante todo un regalo inmerecido de nuestro creador. ¡Seamos agradecidos!