Es el momento del año en que se vive más de prisa, como si algo se pueda perder si nos demoramos. Las calles lucen abarrotadas, hay jolgorio casi permanente y todo se traduce en celebraciones y preparativos para Navidad y Año Nuevo.
Los problemas siguen estando allí, pero les ponemos una pausa, porque además del cansancio que sentimos, existe un fuerte deseo de ignorarlos por unos días, al menos.
Las desavenencias y los discursos polarizados también parecen perder un poco de atención colectiva, porque a pesar de las diferencias de pensamiento, si hay algo en lo que parece haber consenso en la hondureñidad es que este tiempo no está para temas duros.
Es época de regalar, de preparar detalles, de conservar tradiciones. Es tiempo de coincidencias, de reencuentros, de fortalecer lazos y de recuperar aquellos que en algún momento rompimos.
Buscamos con dedicación regalar algo especial a quienes más queremos, a la familia y a los amigos. Los objetos tienen un costo, pero lo más valioso son los recuerdos que construimos.
Una de las lecciones más grandes que he recibido vino de la mano de mi hija. Hace algunos años, llegó su primera petición de un regalo de Navidad. “Quiero un globo”, me dijo.
San Nicolás cumplió el deseo y le trajo un globo. La ilusión de ella era enorme y jugó largas horas con él. No se dio cuenta que el mayor obsequio fue para mi esposo y para mí: su sonrisa nos quedó grabada y es uno de los mejores recuerdos de Navidad de nuestra familia.
Aprendimos que los regalos fuera de serie no tienen que ser los más caros. Un obsequio verdaderamente especial puede ser algo sencillo, hecho por nuestras propias manos o por las de alguna persona artesana, por un emprendedor o emprendedora que comparte su talento y una parte de su tiempo en cada cosa que hace.
Un regalo fuera de serie para los nuestros puede ser gozar de celebraciones en las que no haya nada que lamentar. En la que la pólvora de los “cuetes” no cause ningún daño, como tampoco la pólvora de las armas de fuego, con los absurdos tiros al aire que pueden causar tragedias.
Los mejores recuerdos que quedarán grabados en la mente de nuestros seres más queridos se encuentran en la sencillez, en lo que no salta a la vista, en los sentimientos y las emociones.
Con el pasar del tiempo, no serán los objetos los que nos traigan las más lindas remembranzas, sino las sonrisas compartidas, la alegría que experimentemos, la diversión que nos provoquen.
No será la decoración la que más nos evoque alegría, sino la posibilidad de que en nuestro hogar, por sencillo que sea, la mejor ambientación la dé la paz y el amor que allí se viva.
Recordaremos vagamente el objeto recibido, pero la intención con la que fue entregado no se borrará tan fácil.
Lo que verdaderamente debe interesarnos es construir momentos fuera de serie para recordar, porque al final la vida es eso: una consecución de instantes memorables.
Que todo lo material sea un medio, no un fin en sí mismo. Que lo mejor que tengamos para obsequiar sea siempre nuestra presencia franca y auténtica, que proyecte la paz y la solidaridad que promulgamos en estas fechas.
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